Sé que no debería estar escapando, lo he hecho, ya no puedo hacer nada para retroceder, lo único que ahora me espera es él, con la posibilidad de que todo haya caído en el olvido, pero también con la esperanza de que me esté esperando.
Quisiera poder olvidarlo todo, no me importa cómo, mas aquello no puede ser olvidado.
El dolor de mi corazón no se desvanecerá.
Ya sólo queda aguardar a que su regreso me traiga la paz nuevamente, para poder olvidarme de esos tristes meses de encierro donde no dejaba de torturarme psicológicamente por mi pasado.
Ya es más de medianoche y Kanda sigue sin aparecerse. Estoy solo, sentado en la oscuridad frente a su departamento, con algunas heridas, rasguños autoprovocados entre el miedo y la ansiedad.
“¿Él de acordará de mí?”, pienso desesperanzado y enseguida me retracto con un chasquido débil, conteniendo las ganas de llorar debido a la incertidumbre que me embarga. Sé que ya no puedo volver con Herzog porque seguramente me mataría por atreverme a escapar de su casa, siendo que ya era “suyo”.
Una sombra me saca de mi remembranza y alzo la cabeza sólo para ver que era uno de los vecinos del edificio, el cual me observa entre el miedo y la compasión. Seguro se ha fijado que estoy fuera de mí o ha notado los arañazos en mis brazos, pero qué más da, ¡no me importa la gente o lo que piense de mí!, sólo me importa Kanda. Sólo él… sólo…
…
Ah… ¿me he quedado dormido?, que tonto… si estoy esperándolo y justo vengo quedándome dormido frente a su… Pero qué raro, ya no estoy sentado en el piso, sino en una cama en medio de la oscuridad de una habitación bien conocida para mí.
—Pensé que estabas muerto —dijo una voz en un tono seco mientras volvía en mí, sentándome bien en la orilla de la cama. Una tenue música similar al hip-hop sonaba en el fondo dándole al ambiente una inusual atmósfera tan suave, que incluso las palabras podían cortarla.
Curioso; no recuerdo que a él le gustara esa clase de música.
—Pues casi —respondí franco, aunque con desgano pues ni quería acordarme de lo sucedido con aquel hombre. Me alboroté el cabello en un intento por desperezarme en el justo momento en que él me tomó del rostro, mirándome con esos ojos azul cenizo.
—Te extrañé —dijo en voz cándida y concluyó su oración con un breve beso que sentí ajeno, aunque podía deberse simplemente al desconcierto; enseguida me apretó contra él en un abrazo que sentí doloroso debido a mis heridas— No sé dónde te habrás metido pero no me importa. No vuelvas a irte nunca más… me he sentido muy solo sin ti.
Eso era demasiado sospechoso y no me esperaba precisamente esa clase de recibimiento. Era absurdo; conocía muy bien el carácter de Kanda y algo que me constaba es que podía ser todo menos cariñoso, y una súplica de su parte, ¡ni pensarlo!
Aquí había gato encerrado.
—¿Yami… te quedarías conmigo?
¿Eso era una propuesta seria?
—Eso depende —murmuré viéndolo con una sonrisa cariñosa que él interpretó como un signo positivo, pero era un engaño— ¿Me amas?
Esta pregunta que a cualquiera tomaría por sorpresa, él la recibió con bastante calma. Sostuvo mi rostro entre sus manos y dijo con suavidad:
—¿Cómo preguntas eso? Claro que te amo.
Hice ademán de querer tomar su rostro sin cambiar ese tranquilo semblante, pero en cuanto puse las manos sobre su piel, bajé repentinamente hacia su cuello, apretándolo con fuerza mientras mis ojos se encendían de ira.
—¡¿Y qué hay de Allen… y de Lavi?!
Ahora que recordaba, nunca me había enamorado de nadie en realidad, ni siquiera del hombre que estaba a punto de matar. Aún así calaba hasta los huesos el dolor que me causaba, no por desamor, sino por la traición. En ese momento pude ver claramente cómo era un implemento desechable para los otros; pensándome tan magno y admirable, no me había dado cuenta de que al creerme un jugador de este “juego”, sólo era un mero instrumento para todos mis amantes, y al igual que un juguete que se rompe, yo también era reemplazable.
—Yami… ¡cálmate!
Volví en mí cuando me empujó y caí sobre la cama, con la mirada perdida en el techo.
—Ni Allen ni Lavi significaron nada para mí. Todo este tiempo estuve buscándote. ¡Me tenías muy preocupado!, y justo cuando muero de la angustia, apareces… ¿y todavía me dices estas cosas?
—No entiendo Kanda —dije completamente desganado, sin saber qué pensar.
—No hagas preguntas tontas. ¿Estás olvidando que eres mío?
—¿Tuyo…?
Cuando menos lo vi, estaba acorralado, él dispuesto a tomarme ahí mismo y yo no daba señal alguna de resistirme, no obstante protesté antes de que pudiera intentar algo conmigo.
—¿Qué carajo haces…?
Mi gesto no pudo ser más fiero en ese instante. Lo miré como un animal salvaje que pese a estar atrapado en las manos del cazador, sigue con el espíritu intacto; fuerte, agresivo e indomable.
—Bueno, yo… me dio un impulso de posesividad.
—No... —dije pausadamente quitándomelo de encima— yo ya no te pertenezco Kanda.
Qué tontería. ¡Entonces de eso se trataba todo este teatro! Sólo era un niño haciendo berrinche por perder su juguete.
Sonreí, pero ya no fue una sonrisa fingida sino una completamente auténtica, cargada de alivio por una razón que no pude entender hasta más adelante, cuando logré salir del departamento, sin explicaciones ni abrazos o despedidas, sólo con un pensamiento que no me molestaría en exteriorizar.
Seguro él estaba enojado, pero qué más daba ya.
“Adiós Kanda, espero que seas muy feliz… con el fantasma de Lavi”.

0 Comentarios