Había una vez un pequeño gato que se encontraba viviendo tranquilamente en un pequeño prado, abrigado por un árbol cuyo tronco había crecido de un modo tan gentil, que había hecho de sus raíces un refugio para que el felino pudiera echarse a dormir y no pasara frío en las noches.
Así el árbol y el gato tenían una relación más o menos armoniosa (siempre y cuando el gato no se pasara de listo para afilar sus garras en el tronco) siendo el uno para el otro y brindándose afecto, calor y compañía.
El árbol (un joven nogal) amaba mucho la inocencia del pequeño gato y disfrutaba enormemente los momentos que pasaban juntos, pero sabía que este no estaba muy consciente de lo que sentía por él, aún así no le importaba, pues todo lo que anhelaba era pasar el resto de sus días a su lado, cuidándolo, protegiéndolo.
Sin embargo, un buen día, el pequeño gato se alejó del prado al escuchar con curiosidad unos sonidos en el silencio de la noche, siendo atraído por un extraño chacal que de alguna forma, al conocer al pequeño gato, se encariñó rápidamente. El pequeño gato, admirado por el carácter del chacal y porque nunca había conocido a nadie que se mostrara tan interesado en él, lo adoptó como a un hermano.
Ambos pasaban momentos hermosos y cada vez era más prolongado el tiempo en que el gato dejaba al nogal a solas y este, aunque se sentía solo debido a sus ausencias, estaba feliz de que su pequeño jugara y tuviera un amigo.
Desafortunadamente, aunque el chacal tenía gran parte de la atención del gato, esto no parecía satisfacerlo. Siempre quería más y más, molestándolo incluso a la hora de dormir. El nogal, percatándose de que el gato empezaba a sentirse apabullado por las demandas del chacal, lo encerró un día entre sus ramas para que no pudiera salir a verlo y descansara un poco, pero el gato, asustado por su repentino encierro logró escabullirse para encontrarse con el chacal, quien, teniendo un plan entre manos, llegó a la conclusión de que lo único que debía hacer para estar siempre con el gato, era acabar con la existencia del nogal.
Así que una noche, decidido a cambiar esto, mandó al pequeño gato a buscar una hierba del estanque para su supuesta afección, y el rapaz chacal aprovechó el encargo para cruzar el prado y atacar al pobre árbol, destrozando casi por completo sus raíces las cuales habían servido por tanto tiempo como un refugio para su ser más amado.
Al llegar la noche cuando el gato regresó con el chacal, le entregó la hierba esperando un agradecimiento de su parte, no obstante, el chacal despreció al pequeño gato pues, al haberse empapado involuntariamente en las aguas del estanque durante su ardua búsqueda, ya no desprendía ese olor a nogal por el cual el chacal se había sentido atraído desde un principio y fue abandonado por este sin más.
Tristemente, el gato decidió volver con su querido nogal, pero al llegar a su refugio descubrió con dolor lo que había sucedido y cómo las pobres raíces de este se hallaban llenas de mordidas, arañazos y destrozos; sin embargo, aquellas que siempre habían servido como su refugio se encontraban intactas, justo como en aquel día en que se conocieron. Así que, temiendo que ese fuera su último momento juntos, el pequeño gato lamió las raíces del nogal hasta el anochecer y cuando el cansancio lo venció finalmente, se quedó dormido a su lado.
A la mañana siguiente, temiendo ver a su querido nogal seco a causa del daño hecho por el chacal, el pequeño gato se negó a abrir los ojos durante toda la mañana hasta que le pareció escuchar una voz que lo llamaba, como un pequeño silbido que apenas cruzaba el aire.
Imposibilitado de ignorar su curiosidad nata, el gato abrió los ojos y descubrió que el nogal se encontraba en perfecto estado. A pesar de todo el árbol no culpó al gato, pues gracias a su amor por este y a las raíces que había hecho crecer como un refugio para el felino, había sobrevivido y se encontraba más vivo que nunca.
El gato, más que feliz de que su querido nogal estuviera sano, subió por su tronco hasta llegar a una de sus ramas más altas y prometió nunca más abandonarlo, ni siquiera por el chacal más afamado.
Nadie sabe qué pasó con ambos después de esto; probablemente vivieron felices el resto de sus días pero si acaso se han preguntado por qué los gatos siempre suben a los árboles y se quedan atrapados, esto no es precisamente toda la verdad.
Es porque, al igual que el pequeño gato, temen separarse de su árbol y que llegue un chacal rapaz a terminar con su amor.
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