Reaper - 【Delusions】

Casi como por inercia había alcanzado los jardines de la escuela, atravesando la entrada de la institución rápidamente, ignorando casi todo, únicamente pendiente del camino que recorría para evitar un tropiezo. Tenía una extraña sensación en el estómago y cuando llegué al estacionamiento y subí al auto, noté que me temblaban las manos.

Sujeté el volante con fuerza por unos instantes, sólo mirando al frente sin moverme. Después de algunos minutos de silencio interrumpidos por el frenético latido de mi corazón, puse el auto en marcha.

Irremediablemente mientras iba conduciendo, fui rememorando cada uno de los gestos de placer de Yoite y Yukimi durante el acto, tratando al mismo tiempo de asimilar lo que había sucedido, incapaz de comprender las intenciones del segundo para citarme premeditadamente en ese lugar y cómo es que Yoite había accedido con aquella facilidad.

Hice una mueca sintiendo una presión extraña en la garganta. Supuse que era dolor.

Fukai… nageki no mori… higurashi no naku…

Sonó el celular y lo saqué enseguida del bolsillo de la chaqueta observando el número de la llamada: En la pantalla se leía el nombre de “Satou Shinobu”.

―Nee nee, ¿por qué no te quedaste hasta el final?

Me quedé callado hasta que llegue a un alto. Preferí no responder a su pregunta.

―Eres un maldito hijo de puta.

Colgué. No iba a dejar que Yukimi se diera el lujo de burlarse de mí y mucho menos dejarle entrever que en esos momentos estaba sumamente afectado.

Tenía ganas de olvidarme un rato así que me detuve en una tienda para comprar algunas botellas de tequila, dejándolas en el asiento del copiloto. Sin embargo, en lugar de ir a mi casa, continué dando vueltas por la ciudad, sin rumbo fijo.

No tenía deseos de beber a solas, así que empecé a preguntarme a quién podría invitar. Los nombres empezaron a llegar a mi cabeza uno por uno.

Hatsuharu.

No, estos días ha estado fuera de la ciudad.

B.B.

Tampoco; aunque teníamos cercanía no solía beber con él. Además últimamente tenía bastante trabajo y dudaba que siquiera tuviera tiempo para una copa.

Lelouch.

Me reí de la sola idea. No era la clase de persona que bebiera, además él tenía sus propios problemas y no quería molestarlo con los míos.

Entonces, mientras jugueteaba con el celular en mi bolsillo para apagarlo (no deseaba recibir más llamadas) una persona vino de repente a mi cabeza: Ion, el hijo de Saico y Yukimi con quien no tenía el mejor de los tratos, pero que a pesar de todo jamás se rehusaba cuando de beber se trataba.

Cambié la ruta en dirección a su apartamento con la idea de llegarle de sorpresa, aunque no estaba seguro de si sería una agradable o desagradable (probablemente lo segundo). Sin embargo la sorpresa fue para mí cuando lo encontré caminando por la calle vestido con un extraño traje de gothic―lolita.

―¿Qué carajo haces vestido así?

Ion pareció algo sorprendido de verme en ese lugar, pero permaneció tranquilo y con su acostumbrada cara de fastidio.

―Porque… no sé

Me reí.

―¿Te lo pidió tu novio? –dije burlón, mas él respondió con una negativa mirando al piso. Esa actitud no era normal.

Le ofrecí llevarlo a su casa y aceptó la oferta con algo de desgano. Seguramente no le agradaba la idea, pero era mejor que ir caminando por la calle con ese atuendo tan inapropiado.

Miró con recelo las botellas que había dejado y le dije que las echara en el asiento trasero. Lo hizo sin preguntar y se lo agradecí internamente, pues no deseaba tener que darle explicaciones de ningún tipo. No en ese momento.

Mientras conducía, no dejaba de sentir que me miraba fijamente con ojos seguros y penetrantes, características demasiado adultas para un muchacho de su edad. Tras corresponder su mirada con una media sonrisa, retiró la vista enseguida con un gesto adusto, molesto probablemente al haber sido sorprendido. Entonces le dije lo que había estado pensando desde hacía unas cuadras atrás.

―Bebe conmigo.

―Vale.

Me sorprendió la facilidad con la que accedió.

Pasaron un par de minutos para que llegáramos a su apartamento y tras estacionar el auto, el muchacho bajó para abrir la puerta mientras yo tomaba las botellas dejadas en el asiento posterior, cerrando enseguida las puertas con seguro para seguirlo.



Ion Shinobu vivía en un departamento modesto, pero que destacaba por su selecta decoración y buen gusto. Había algunos objetos ornamentales colocados estratégicamente por el lugar, adornando el sitio con su delicado brillo; se notaba que al niño le gustaban las cosas brillantes y por un instante lo asemejé a un pequeño cuervo.

—Siéntate —me indicó escuetamente distrayéndome de la contemplación. Tomé un lugar en la sala con estampado borgoña mientras subía una pierna sobre la otra en actitud desgarbada y lo miraba fijamente en su camino a la cocina.

Me pregunté por qué no se cambiaba de ropa, pero esa idea se quedó en sólo especulaciones que se esfumaron rápidamente cuando lo divisé de regreso con dos vasos de cristal y un cubilete metálico con hielos y sus respectivas tenazas.

Aguardé a que tomara asiento también y abrí una de las botellas dejadas con anterioridad sobre la mesa para empezar a servir, no sin antes haber colocado cuatro cubos de hielo en mi vaso.

Cuatro. He de decir que ese número es una de mis manías y justo enfrente tenía a aquel cuyo nombre representaba ese número.

Ion notó mi fija e impasible mirada sobre él, lo cual pareció molestarlo (o incomodarlo).

—¡No me mires! —exclamó mientras colocaba un par de hielos después de que le sirviera su dosis de licor, salpicando un poco del contenido en el proceso.

—Por eso los hielos se ponen primero —comenté, no con burla, simplemente como observación, no obstante el niño lo tomó a mal, viéndome con una de sus típicas miradas coléricas, de esas que reservaba únicamente para mí.

Tomé el vaso de vidrio observando unos segundos el contenido antes de dar un sorbo. Los hielos hicieron un sonido que me resultó agradable cuando dejé el vaso sobre la mesa.

Alcé la mirada hacia Ion, encontrándolo con una amplia sonrisa mientras bebía, primeramente con tranquilidad y después con algo de premura, terminándose el vaso de tequila antes que yo. Le serví un poco más y después me quedé viendo al techo, recordando inevitablemente la escena entre Yukimi y Yoite.

—Estás raro —murmuró Ion tras un suspiro y volteé a verlo algo sorprendido.

¿Acaso era tan evidente?

—No estoy raro —dije entre dientes, tomando mi vaso y dando un trago largo.

A partir de ese momento sólo guardamos silencio, viéndonos de vez en cuando, sin dejar de beber. A simple vista parecíamos dos extraños sólo reunidos por el vicio escarnecedor del alcohol, pero yo no lo sentía así. Su sola compañía me reconfortaba.

Una hora pasó, dos horas, ¿o más? Lo ignoraba. La bebida ya había hecho efecto desde hacía un buen rato y sin darme cuenta de en qué momento, ya me encontraba sentado en el piso junto a Ion.

—Dime… ¿por qué tu padre es tan bastardo? —dije después de morderme la lengua con rabia. Ion sólo me miró y alzó los hombros, más concentrado en la bebida que en mí. Eso me irritó y lo empujé haciendo que perdiera fácilmente el equilibrio, derramándole a propósito el vaso de tequila en el rostro.

—¡¿Qué te pasa?! —gritó rabioso tratando de levantarse, pero puse las manos sobre sus hombros, colocándome sobre él.

—Te hice una pregunta —dije fríamente perdiendo la paciencia.

—No lo sé —respondió pausadamente viéndome a los ojos— ¿Qué hizo ahora?

Esa sola pregunta me derrumbó y acabé recostando la cabeza sobre su hombro, sintiendo como el dolor, el rencor, la ira, el odio me carcomían el alma.

—No importa… —murmuré con voz entrecortada.

—¡Levántate! —demandó tratando de quitarme de encima, mas yo solté una risa mezquina, alzando la cabeza y viéndole a una corta distancia con expresión trastornada.

—Los crímenes del padre los ha de pagar el hijo…

Aquella frase, junto con ese gesto insano causó que Ion se encogiera de miedo abriendo los ojos de par en par. No esperé que dijera nada y de inmediato acerqué los labios a su garganta mordiéndole con fuerza mientras una de mis manos iba hacia sus muslos lentamente en una caricia febril y agresiva.

Escuché su leve grito a causa de la mordida por la cual empezó a escurrir sangre y sonreí con satisfacción. No iba a esperar más, no iba a hacerlo placentero para él. Quería que sufriera el mayor dolor posible.

No hacía eso por pasión sino por venganza.

Tomándolo por ambos brazos lo levanté y lo empujé contra el sillón obligándolo a arrodillarse de espaldas hacia mí. Él forcejeaba, rasguñándome en el proceso, pero el efecto del alcohol lo entorpecía.

—Ion, Ion… —murmuré en su oído con desprecio mientras le empezaba a quitar la ropa interior — ¿No te ha dicho tu amado padre que debes ser un buen niño?

Giró la cabeza para tratar de zafarse y se la empujé violentamente contra el sillón, dejándolo aún más aturdido.

No quería prolongar más la espera, así que me desabroché los pantalones con una sola mano mientras la otra lo sujetaba de los brazos, tensándoselos contra la espalda.

Por un breve instante apenas perceptible sentí en el pecho un profundo miedo, una advertencia, seguida de un dolor inexplicable; sin embargo, mandé al diablo todas esas sensaciones tan pronto como llegaron y lo penetré de golpe.

El doloroso gemido que escapó de sus labios fue todo un deleite a mis oídos. Quería seguir escuchando más así que rápidamente empecé con las embestidas, sintiendo un inmenso placer en torno a mi sexo debido a la estrechez del muchacho.

Me pareció escuchar un “basta” de su boca infantil, mas hice caso omiso del mismo y continué dejando marcas de mordida en su nuca.

Pronto dejó de gritar. De hecho casi no hacía ningún ruido, lo cual me enfureció y salí de su interior para azotarlo contra el suelo como si fuera un sucio trapo. Lo tomé de las piernas, colocándolas sobre mis hombros para volver a penetrarlo y así pude ver claramente su rostro: Parecía estar a punto de llorar; su boca se contorsionaba por el dolor y el miedo, pero su orgullo era más fuerte que todo eso, pues continuaba observándome con esos ojos imperturbables llenos de arrogancia.

—Te gusta hacerme enojar, ¿verdad? Maldito miserable…

Lo sujeté con fuerza del cuello, quería hacerlo gritar, que llorara, que me suplicara. Pero el niño seguía en silencio, únicamente cerrando los ojos por el suplicio mientras trataba desesperadamente de liberarse.

—¡Quiero que grites! ¡¿Por qué carajo no lloras?!

Mi deseo se estaba convirtiendo en obsesión y conforme seguía apretando su tráquea, iba perdiendo la cordura. Mi rostro estaba marcado por la rabia y la frustración mientras que el de Ion poco a poco empezaba a perder las expresiones.

Apretó débilmente mi muñeca y al cabo de unos minutos dejó de oponer resistencia.


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