Habían rastros de lágrimas recientes en las mejillas de aquel que había deseado poseer por tanto tiempo y jamás me atreví a tomar.
Puedo escuchar una breve conversación entre ambos que me dice que debería retroceder y salir de ahí para no escuchar nada más. No obstante mi curiosidad me vence y permanezco recargado en pared, junto a la puerta del salón de Biología.
Mi masoquismo algún día me llevará a la perdición.
No deseo intervenir en la conversación, así que regreso a seguir observándolos en el momento oportuno en que el profesor toma delicadamente al pequeño para recostarlo sobre el escritorio.
Aprieto los labios al escucharlo murmurar unas palabras que hacen que mi corazón se agitara por la conmoción.
―Es hora de seguir en donde nos quedamos.
El pequeño sólo asintió con el rostro levemente ruborizado y bajó la mirada con timidez, dándole la apariencia de un dulce querubín, a manos de aquel que entre suaves y embriagantes mordidas a su cuello, lo hacía estremecer anhelando su contacto más que nada.
El frenesí de su mirada cuando escuchó un débil gemido del pequeño me hizo comprender que aquello no era un simple capricho de sus bajos instintos; realmente lo estaba disfrutando y cuando comenzó a despojar al pequeño de su abrigo, el gorro que portaba cayó al suelo sin hacer ruido.
Hubo un momento de duda en la mirada del chico que fue suprimido inmediatamente cuando el profesor comenzó a levantarle el suéter de cuello de tortuga, pasando lentamente los dedos sobre su piel, como si de suave terciopelo se tratara. El niño pegó un ligero salto acallando un gemido, ignorando si era provocado por las frías manos del profesor o porque aquella caricia lo había estimulado más de la cuenta.
Apreté los puños retirando mi vista de esa imagen, pero nuevamente caí víctima de la curiosidad cuando escuché los murmullos.
―Nee, ¿puedo?
―Sí…
Me sorprendió la facilidad con la cual accedía. Mientras volvía a espiar por el resquicio de la puerta entreabierta, observé cómo el profesor se mantenía sobre el cuello de su estudiante, sin moverse siquiera, mientras que el segundo se abrazaba a él con un notable sonrojo en su rostro, dando ligeras quejas de placer que hacían sofocar mis sentidos.
Las hábiles manos del profesor se dispusieron a retirar el resto de las ropas del muchacho con presteza, acariciándole al mismo tiempo las piernas de este con apenas un ligero roce de sus largos dedos. Provocar parecía su mayor deleite; se le notaba en su sonrisa cuando se separó del cuello del pequeño y comenzó a lamer lentamente sus labios para fundirse enseguida con él en un beso lascivo.
Contuve mis deseos de patear la puerta para interrumpirlos, sin embargo mi cuerpo permaneció quieto, a pesar de que por dentro hervía entre la rabia y la emoción tras presenciar aquel suceso tan irreal.
¿Por qué justo ellos? ¿Qué estaba pasando?
Las preguntas que me formulaba en silencio se disiparon al ver que el profesor había comenzado su labor para “preparar” al muchacho, humedeciendo provocativamente sus dedos en la boca del ajeno, causando un eminente sonrojo del mismo y empezando a introducir uno lentamente en su interior.
―I…iie…
El susurro del muchacho, junto con su gesto tan vulnerable y el espasmo inconsciente de su cuerpo, encendieron la pasión del profesor, quien continuó con el movimiento circular e insistente, acercándose a sus labios para besarlo, introduciendo su lengua en la cavidad ajena, explorándola por completo.
Cómo habría deseado estar en su lugar. Maldito miserable.
Un gemido resonó entre las paredes del salón llegando hasta mis oídos; el profesor ya había metido hasta tres dedos en la entrada del muchacho, y este comenzaba a mover las caderas notándose la ansiedad en su rostro, sus ojos entrecerrados en gesto suplicante, sus suaves mejillas sonrojadas, sus labios encarnados que soltaban dulces gemidos… todo eso que lo habría hecho irresistible para cualquier otra persona. En ese momento noté como un rastro de sangre empezaba a correr por su garganta cuando el muchacho giró la cabeza hacia un lado; el bastardo lo había mordido y todavía se regodeaba en su cinismo inclinándose para lamer ese pequeño hilo de sangre.
―Yoi... Ya quiero estar dentro…
El pequeño se estremeció al escucharlo, viéndolo de soslayo y estiró los brazos impaciente para abrazarse a su cuello, dando aún leves quejas de placer mientras el profesor sacaba lentamente sus dedos para empezar a desabrochar el botón de su pantalón.
Apreté los dientes con rabia, quería detenerlos pero no podría soportar la idea de tener que explicar mi presencia en ese lugar.
Mantuve la vista en el profesor empezando a recordar el motivo de mi visita a las aulas de Ciencias mientras él ya comenzaba a introducir su miembro en el pequeño, primero lentamente y después de golpe, provocando que este soltara un gemido cercano a un grito.
―“Quiero enseñarte algo”
Di un paso hacia atrás apretando los puños, dándome cuenta de que él había planeado todo eso, pero… ¿por qué?
Abrí más los ojos sobresaltándome al ver que me volteaba a ver por un instante mientras continuaba embistiendo al muchacho, provocando sus constantes gemidos y jadeos de complacencia, ambos unidos en una danza rítmica que no podría ser detenida hasta el último compás.
Retiré la vista de la escena sin poder soportar más de aquello, apoyado en la pared y llevándome una mano a la cara, quedándome así, quieto y en silencio hasta que un lapso de tiempo que ignoré transcurrió y escuché el fuerte gemido de ambos que anunciaba la conclusión de este encuentro.
¿Un poco de amor…?
Hice una mueca de desagrado dando un fuerte golpe contra la pared que tenía a mis espaldas, sin importarme si eso llamaba la atención de los amantes. Me alejé así rápidamente por el pasillo, ya sin escuchar nada, sin ver nada, caminando por simple inercia con una sola idea en mente: Si Yukimi quería jugar, entonces no declinaría el desafío.

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