Cuando quería, podía llegar a ser muy cruel y no importaba la clase de método que empleara si lograba mi cometido. Pero creo que esa vez fui demasiado lejos.
Como de costumbre esperaba a la noche para que Herzog llegara. Yo era prácticamente como su “ama de llaves”, mas no por gusto sino por necesidad, y es que él no era exactamente el mejor cocinero y solía ser desordenado en ciertas cuestiones. No es que me molestara porque desde antes estaba acostumbrado a hacer tales cosas como parte de mi rutina diaria, pero no podía evitar a veces el sentirme usado (más que de costumbre) y esa ocasión su inesperado retraso no mejoró las cosas. Estaba bastante frustrado y no hallaba como sacarlo; ni siquiera me habría servido escribir una más de esas cartas que jamás llegarían a su destino.
Por eso… esa noche hice algo muy diferente.
Acomodé todas las cartas por orden cronológico; después subí a la azotea del edificio de departamentos y una vez en la orilla, fui rompiendo una por una dejando que el viento se llevara esos trozos insulsos de papel. Así caí en cuenta de que todo era una pérdida de tiempo.
“Tú sabes lo que debes hacer…
Dime, ¿por qué has demorado tanto?
¿Es que acaso no deseas la felicidad?
¿Hasta cuándo más vas a sufrir?
¿Hasta cuándo debes pagar por tus pecados?
Deja de rumiar en tu pasado y mira hacia el presente.
Es una noche oscura,
Pero si miras al horizonte
Verás el hermoso destello de la blanca luna
Y este se reflejará en tus pupilas”
Bajé de la azotea y volví rápido al departamento. No mucho después llegó finalmente y me pidió (en su autoritario modo de ser) que le sirviera la cena.
—No la hice —dije secamente. Vi su gesto de disconformidad. Esa noche no iba a ser nada complaciente con él.
—Umm… entonces al menos hazme un café en lo que pido algo.
—Háztelo tú.
Me fui a encerrar a la habitación. Esa fingida ira mía sólo era un camuflaje para mi creciente tristeza y desconcierto.
“¿De verdad te importo?
Dime, ¿por qué estoy aquí
¿Soy necesario para ti?”
Pronto escuché un fuerte ruido en la cocina y desganado me levanté para ir. En cuanto crucé el umbral de la puerta, vi que Herzog había roto una veintena de platos en su intento por prepararse un café (lo cual no tenía mucho sentido para mí, pero así era).
—¡Eres un…! ¿Cómo carajo rompes tantos platos por un jodido café?
—No es mi culpa, se cayeron solos.
Parecía que sólo quería molestarme con esa actitud tan provocante. Se salió de la cocina como si nada hubiera pasado y yo me quedé a recoger los trozos de vajilla del piso, pero estaba tan irritado que al tomar uno con fuerza me hice una cortada en el dedo índice.
Me sentí idiota; ahí en el suelo recogiendo el desastre de alguien más, pero contuve mi rabia y sólo seguí levantando todo hasta terminar, dando una lamida a la cortada recién hecha para que dejara de sangrar un momento. Justo en ese instante Herzog entró de nueva cuenta y al verme, hizo que me levantara del suelo, tomándome del brazo.
—Mira nada más, ya te cortaste.
—¿Y qué? —dije bruscamente sin mirarlo a los ojos. Eso era algo que hacía a menudo; cuando me enojaba con alguien, evitaba el contacto visual.
—¿Te curo? —dijo con una sonrisa sugestiva y lamió la sangre que de nuevo brotaba de mi dedo, lo cual me hizo estremecer.
—Estoy bien —le espeté quitándole la mano y me dispuse a tirar todo a la basura.
『¿Yo… de verdad te importo?』
Lo miré; él tenía la vista muy fija en mí pero no pude interpretar ese gesto. Me acerqué a él y murmurando a su oído, le propuse un pequeño juego de “adivinanzas”.
—Si descubres tres puntos débiles en mí, haré lo que tú quieras.
—Pero si ya haces lo que yo quiera —se sonrió— ¿Qué clase de aburrido juego es ese?
Sin embargo no pareció rehusarse porque me tomó de la cintura y comenzó a besar mi cuello.
¿Por qué hacía eso?
Yo sólo… quería sentirlo cerca.
—Llevas uno… —dije suspirando embriagado por la sensación de sus besos. Pronto fue subiendo hasta morder una de mis orejas lo que me hizo dar un sobresalto.
—¿A quién le importa el juego? —me dijo— Realmente lo estoy disfrutando.
Tomó una de mis manos (la izquierda) y empezó a besarla, luego a lamer y morder mis dedos, y aunque se sentía agradable, no era algo que me enloqueciera, así que le retiré la mano, sonriendo ladinamente.
—Error; aún te sigue faltando uno.
Creo que el juego no era completamente de su agrado porque me miró arqueando la ceja y enseguida me soltó.
—Qué poco apasionado eres.
Me sentí rechazado, así que lo dejé en la cocina y me fui a la sala de estar, sumamente frustrado. Entonces, incapaz de controlar ese arranque de ira, empecé a tirar cosas, adornos, sillas, todo lo que veía.
Odiaba eso, ¡lo odiaba tanto! ¿Cómo se atrevía a rechazarme así?
Mi berrinche concluyó abruptamente cuando golpeé un espejo y mi mano empezó a sangrar profusamente. Como Herzog lograba escuchar todo el desastre desde la cocina, salió a buscarme y me llevó a jalones al baño.
—¡Mírate, estás sangrando otra vez! ¿en qué estabas pensando?
—¡Déjame!
—¿Qué voy a hacer contigo Yami?
『Eso quiero saber yo…』
Pronto tomó su botiquín y me hizo una curación improvisada. No entendía por qué se molestaba tanto porque “este juguete” se le rompiera, pero siempre era igual.
—Te traeré agua para el analgésico.
No dije nada y en cuanto salió, cerré la puerta del baño con seguro y me quedé sentado en el piso viendo el pastillero sobre el lavabo, sin pensar en nada en especial. Entonces, como una chispa me vino a la cabeza…
¿Cómo saber cuánto le importas a alguien de verdad?
Simple; si le infundes a esa persona el miedo de perderte.
Con eso en mente me levanté, agarré todas las cajas de pastillas sin fijarme mucho en su tipo y tiré todo el contenido por el retrete dejando que todo se fuera por el desagüe y esparciendo las cajas vacías por el piso. Tenía que hacerlo ver realista así que me senté a esperar a que “la magia” ocurriera, fingiendo estar inconsciente.
No pasaron más de cinco minutos para que Herzog comenzara a tocar la puerta con insistencia al ver que no respondía. Pronto los golpes contra la puerta fueron más desesperantes y comenzó a llamarme a gritos, demandando que abriera. Yo sólo continuaba mi acto, pues sabía que tarde o temprano él se las ingeniaría para entrar; después de todo era su casa y debía tener alguna llave por ahí. Minutos después la puerta se abrió de golpe y el entró hecho una furia.
—¡Yami! ¡¿por qué te encerraste?!
Yo sabía que no tardaría mucho tiempo para atar cabos. Cerrando los ojos, permanecí lo más quieto posible relajando mi cuerpo y regulando mi respiración para hacerla apenas perceptible. No podía saber con certeza la reacción de Herzog sin embargo, sólo adivinando lo que sucedía.
Inmediatamente sentí cómo me cargaba y apresuraba el paso para llevarme a su auto; su respiración era agitada y sólo repetía en murmullos inconscientes “aguanta”, con una angustia que no me esperaba de él.
“¿Estás asustado, cierto?”
Abrí los ojos de un sobresalto mientras el auto se movía con fuerza por el manejo precipitado de Herzog, quien pronto se dio cuenta de que estaba consciente y trató de tranquilizarme diciendo que pronto llegaríamos (supuse que al hospital).
“Entonces de verdad se preocupa… pero es tan ruin y patético de mi parte, no puedo seguir”, pensé.
A propósito solté una carcajada que lo hizo mirarme absorto y me acomodé desgarbadamente en el asiento.
—Eres un ingenuo.
Casi me fui de bruces contra el tablero cuando Herzog frenó repentinamente. Me acomodé nuevamente en el asiento y le miré, ya no con burla, pero sí sobrecogido por su energía, la cual se había vuelto tan pesada que comenzaba a envolver todo el interior del auto.
—Bájate —dijo gélidamente y el terrorífico tono de su voz me hizo obedecer automáticamente. Después bajó también del carro, recargándose en el capó y con una mano en la cara, como reuniendo todas sus fuerzas para no golpearme o dejarme tirado ahí en la calle.
Pero yo no pude soportar la tensión.
—Ya basta… —intenté gritarle, pero de mi boca sólo salió un susurro tembloroso.
—Eso debería decir yo —sonaba tan decepcionado— ¿Qué vamos a hacer si esto sigue así? Dímelo.
—No lo sé —respondí— pero yo me voy.
Nuestro juego ha terminado.
Di pasos lentos hacia atrás mirándolo con decisión fingida, mas él evitaba mis ojos, clavando la mirada en el piso de modo que su fleco cubría parte de su rostro y no pude ver bien su expresión.
“Esto es ridículo”, recuerdo que pensé esa noche sintiendo mis piernas temblar cuando lo abandoné para ir en busca de otro.
Lo quiero… pero tengo miedo de que me odie por lo que soy…

0 Comentarios