Locker - 【Delusions】

Fue extraño que el golpe seco no resultara tan duro y doloroso como lo esperaba y lo adjudiqué al hecho de que había recibido un profundo impacto que me había incapacitado de siquiera sentir algo, sin embargo pronto recapacité, encontrando aquella explicación muy incoherente y abrí los ojos dándome cuenta de que seguía arriba del puente. No comprendía cómo, pero quizás había hecho mal mi cálculo yendo a parar contra el concreto del mismo puente, sobresaltándome enseguida ante la visión de un hombre de cabellos oscuros dándome la espalda en un gesto altivo.

—Qué egoísta y torpe —le oí decir mientras se empezaba a alejar— Si vas a hacer algo así, busca un lugar donde no dejes un desastre que otros tengan que limpiar.

Me quedé helado y sin poder moverme mientras mis manos se apretaban en puños, trepidando mientras mil preguntas me llegaron como una ráfaga, la mirada fija en él conforme bajaba las escaleras.

Esa persona… esa persona…

Poco después pude reaccionar finalmente y me levanté enseguida para reprocharle que frustrara mi acción, pero para ese momento él ya se había alejado demasiado, perdiéndose entre la oscuridad del amanecer y no pude hacer nada más que quedarme mirando estupefacto. De mi boca, como en un delirio vicioso salió a gritos un nombre prohibido y me perdí un instante en decenas de recuerdos dolorosos.

—Basara... ¡Basara! ¡¡Maldito bastardo!!

Debía parecer un loco pero poco me importó y me apresuré a intentar alcanzar a esa persona casi en un trance por esos simples recuerdos, como un acechador, cautivado por aquel porte, con su voz aún resonando en mi cabeza. Sin embargo al bajar por las escaleras, una pequeña mano me tomó de la ropa, deteniéndome.

—Bakura-sensei…

Me di la vuelta confundido, viendo el rostro tímido de uno de mis estudiantes más apacibles y atentos, pero ni siquiera pude sonreírle bien por mi todavía estado alterado.

—¿Está bien sensei?
—Ah…

Me quedé en blanco mientras lo observaba sin saber qué responder, pero un automóvil que pasó frenéticamente en la calle de enfrente me sobresaltó y logré despertar por completo.

—Sí, estoy bien. ¿Qué haces aquí Kayonara?
—Es día de clases.
—Ah, sí…

Volví mi vista hacia el punto donde se había ido aquella persona y me invadió una profunda melancolía, hecho que Kayonara notó pues me tomó de la mano con fuerza y le miró.

—¿Bakura-sensei… de verdad está bien?

Asentí pese a estar mintiendo y me solté enseguida de su mano en un impulso.

—Será mejor que vayas a clases o se te hará tarde.
—¿No irá usted?

Reí intentando parecer relajado y me fui alejando de él, despidiéndome con la mano sin verle.

—A Director-dono no le importará demasiado si yo falto. Nos veremos otro día en clases.

No obstante, Kayonara se adelantó rápidamente quedando enfrente de mí con un gesto bastante decidido que me hizo ponerle mayor atención, arqueando una ceja, pues no solía verlo así.

—Si Bakura-sensei no va, él tampoco.

Lo miré serio, un tanto irritado por su impertinencia, pero al instante sonreí de lado, teniendo en mente algo más para mi propio deleite.

—¿Quieres venir conmigo?

El rostro de Kayonara se iluminó por esta propuesta al tiempo que un sutil rubor llenaba sus mejillas y prontamente se acercó a mí, jalándome suavemente del brazo.

—Sí, sí quiere.

Por alguna razón, al ver su desmedida ingenuidad no pude evitar sentir un poco de tristeza, pero eso no me impidió empezar a caminar para guiarle a mi casa, la cual no quedaba demasiado lejos de ahí yendo a pie.

Dareka ga naita sono koe wa DOKO?
Sotto sotto, nozoite mite goran yo
Oyasumi yoi ko WA NEMURE
Okite iru ko WA tete wo otosu zo

Pronto aclaró con la salida del sol y cuando llegamos al departamento que rentaba en aquella ciudad (como buen errante que era, no tenía casa propia), saqué las llaves abriendo la puerta enseguida y dejando entrar al muchacho primero.

—Bienvenido —dije rimbombante entrando al apartamento y cerrado la puerta nuevamente. Kayonara observó maravillado el interior de sólo dos habitaciones pero con una amplia sala de estar decorada con muebles de mi elección en tonos bicromáticos. Después lo invité a sentarse ofreciéndole algo de tomar, pero para mi disgusto se negó, así que fui a la cocineta buscando algo de comer.

—Ks… mejor pido algo —murmuré al encontrar el refrigerador vacío y volví con el chico, preguntándole si quería comer también, pero igual que con la bebida, también rechazó el ofrecimiento argumentando que ya había comido.

—Bueno, ¿al menos no quieres…?

Repentinamente desvié la mirada al escuchar un ruido de la puerta de una de las habitaciones entreabrirse y divisé una mirada curiosa asomándose por el resquicio, a la cual le sonreí maliciosamente, haciéndole llegar un claro mensaje de lo que tenía pensado hacer; sabía muy bien que él no intervendría. Kayonara me observaba insistente por mi momentánea falta de concentración con un gesto interrogante y suspiré sentándome en el sillón a su lado.

—Parece un hikikomori.
—¿Hiki…? ¿Qué es eso?
—Un recluido social —reí— Si no te molesta, ordenaré una pizza.
—¿Por qué iba a le molestar?

Di un suspiro por la manía de Kayonara de tomar todo tan literal y sólo le di una despeinada a su cabello, olvidando por completo el hambre que tenía cuando tuve una idea en mente.

—Dime Kayonara, ¿te gustan los juegos?
—Sí le gustan, cree… ¿por qué?
—Juguemos a algo divertido…

Acto seguido me abalancé sobre el muchacho arrojándolo al sillón, tomándole del rostro y besé sus labios muy sutilmente, observando sus gestos de sorpresa, pánico y vergüenza que me satisficieron bastante. Dispuesto a continuar, alcé un poco su camina profundizando el beso, sin embargo una tensión en el pecho me hizo detenerme en seco y me separé bruscamente, viéndole con desconcierto.

—Kayonara…

La profunda presión que sentí en mi pecho era sólo equiparable a la ansiedad que tenía cada vez que mi mente llegaba a sus límites y no podía contener más mis demonios internos.

¿Acaso esa era la oscuridad de Kayonara?

A pesar del extraño dolor que me provocaba por dentro, volví a juntar mis labios con los del muchacho, sujetándolo con más fuerza y, en un extraño ritual que sólo yo conocía, comencé a beberme parte de su oscuridad como lobo hambriento por la carne. Me esperé de todo en ese momento menos un buen rodillazo en el estómago por parte del muchacho, lo que me hizo encorvarme de dolor, quejándome en voz baja y mirando al niño con rabia contenida mientras lo soltaba y me sujetaba el estómago.

—¡¿Por qué carajo…?!
—¡Sensei pervertido! —gritó completamente ruborizado y sacándome la lengua, pero eso, lejos de enfadarme, me hizo reír, cosa que él no tomó de muy buena manera, pues se levantó del sillón dispuesto a irse. Entonces como un reflejo involuntario estuve a punto de jalarle del brazo, mas desistí en el último segundo, dejando que se marchara con prisa del departamento, aún cuando no quería que se fuera.

—Estaba deliciosa—murmuré desvergonzadamente cerrando los ojos, haciéndome para atrás y recargándome en el respaldo del sillón con una media sonrisa.

—¿Qué estaba deliciosa? —escuché que decía una suave voz venida de la misma habitación de hacía un rato.
—La Oscuridad de Kayonara.

Ahora que lo pensaba bien, ¿qué había sido precisamente todo eso? Abrí los ojos mirando fijamente al techo y me encontré con el rostro pálido de mi “hermano”, viéndome con curiosidad.

—No deberías andar haciendo esas cosas; sólo lo asustaste.
—Ya volverá… ya volverá.

Me perdí en el reflejo de sus ojos violáceos recordando los cabellos de aquella persona mientras se alejaba tras haber frustrado mis planes. Sus palabras volvieron a resonar en mi cabeza y estallé en rabia silenciosa, maldiciendo el hecho de que no tenía idea siquiera de si en verdad se trataba de Basara.

—Dime una cosa… ¿Qué harías si yo muriera?
—No lo sé —me respondió con tranquilidad— Nunca he pensado en eso. ¿Por qué?
—Curiosidad…

La curiosidad mató al gato. El gato era feliz en su ignorancia hasta que conoció a la curiosidad. La curiosidad estaba sola hasta que conoció al gato. La mala fortuna del gato se debió a la soledad de la curiosidad. La dicha de la curiosidad fue arrebatada por la mala fortuna. La mala fortuna buscaba que cayera el gato en tentación. La tentación trastornó al gato y murió. La pena de la curiosidad fue la muerte del gato. El gato fue feliz al morir por la curiosidad. La muerte del gato fue la dicha de la mala fortuna. El destino de ambos dependió de ella.

Pero yo no soy un gato.





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