Mi resaca era peor de lo que esperaba por lo que tuve que quedarme en contra de mi voluntad en casa de Kanda, acostado en la cama toda la tarde mientras intentaba deshacerme en vano del dolor de cabeza. Agradecía sin embargo que aún fuera fin de semana, pues ni loco me habría levantado de ahí para ir a la escuela a impartir clase.
Estando bajo las cobijas en una aparente oscuridad, recordé el fragmento del sueño que había tenido en un lapso breve de descanso, donde me hallaba a mí mismo recorriendo sin descanso el interior de una construcción de paredes blancas, con puertas que parecían no llevar a ninguna parte, en una especie de laberinto.
Traté de recordar más pero fue en vano y cuando me disponía a volver a mi descanso discontinuo, escuché sonar el teléfono de la habitación. Negado a contestar (al no ser esa mi casa), dejé que siguiera marcando hasta que se activó la contestadora. No esperaba que la persona que llamaba dejara un mensaje, sin embargo lo hizo, por lo que agudicé el oído ante mi curiosidad innata, poniendo atención a la voz.
—Hola Yuu, sólo hablé para recordarte que iré esta noche a las 8 para celebrar nuestro segundo mes. ¡Te amo!
Me levanté bruscamente al oír ese mensaje con incredulidad, como si pensara estar soñando de nuevo y tuve que ponerlo una segunda vez para comprobar que había escuchado bien; no había equivocación alguna. Mi pecho se encogió de una forma indescriptible con ese simple mensaje incriminatorio y pude darme cuenta de que mi piel se ponía helada mientras algo ardía dentro de mí corazón dolorosamente.
¿Acaso… estaba celoso?
Me levanté enseguida y vestí, no sin antes borrar el mensaje de la contestadora, sin la mínima intención de quedarme más en esa casa. Pero antes de marcharme en dirección a mi hogar, una idea pecaminosa me cruzó por la cabeza y cedí por completo a ella sin importarme ya por nada más.

Esa noche lo vi llegar a pie aproximándose desde la acera contigua poco después de las 8 de la noche, justo como había indicado horas atrás en el mensaje telefónico, vestido con un conjunto bastante curioso aunque a la vez desenfadado de chaleco negro y camisa gris junto con un sombrero de ala corta adornado por una flor que combinaba con el tono de su cabello.
Lo esperé sentado en las escaleras con la idea de topármelo de frente para efectuar mi plan, pareciendo quizás precipitado en mi arranque de celos, pero todo lo había pensado con meticulosa dedicación, cosa que me hacía sonreír por dentro mientras observaba acercarse al susodicho, Lavi Bookman, que me miraba con confusión por mi presencia.
Era obvio, tan obvio.
El chico de acercó saludando con exagerada cortesía y me pidió que le diera paso para subir las escaleras, a lo cual yo no opuse ninguna objeción, pero antes de que este se perdiera de vista, dije algo que lo detuvo en seco de la impresión.
—Felicidades por tu segundo mes con Kanda.
La expresión que entonces vi en la cara de Bookman no tuvo precio. Estaba entre la estupefacción, el miedo y la incertidumbre; no cabía en sí de que yo supiera esa información, mas en ningún momento era mi intención explicarle.
Subí las escaleras hasta alcanzarlo una vez llamada su atención, viéndolo con altivez cuando preguntó qué quería de él.
—Un juego.
—¿Un juego? No lo creo… tengo algo de prisa.
Imaginaba ya que se rehusaría, pero tenía preparado algo más para persuadirlo, así que saqué de mi bolsillo un pequeño disco, de esos que se usaban para las videocámaras digitales, y se lo mostré juguetonamente mientras sonreía.
—¿Sabes qué es esto? —ante su evidente negativa, proseguí— Imagina esta escena: Acompañado de palomitas y refresco, Allen observa en un video muchos de tus momentos especiales con Kandashi. Suena lindo, ¿no?
—¡¿Qué estás…?!
Estaba inquieto, lo que significaba que ciertamente tenía mucho que ocultar, en especial de esa persona en particular. Rápidamente guardé el disco en el bolsillo del pantalón, pero contrario a mis predicciones, el rostro de Lavi cambió de expresión, mostrando una renovada tranquilidad, entintada de burla.
—Ya entiendo: Tú debes ser ese tipo del que tanto se queja Yuu —dijo entre risas— Debes estar desesperado.
—La desesperación nada tiene que ver —respondí secamente pues había tocado en la llaga— pero tú sí me estás haciendo perder la paciencia. Si no quieres que este disco caiga en manos de Allen, sube ahora mismo a la azotea.
—Estás mintiendo; ni siquiera conoces a Allen.
—Lo conozco —dije con completa seguridad— Podría decirse que hasta somos “amigos”, así que no me costaría nada de trabajo.
Podía sentir la vibra pesada de Bookman mientras desistía, preguntándose seguramente cómo había ido a parar en una situación de chantaje, sin embargo no refutó nada más y subió las escaleras conmigo tras él hasta que llegamos a la azotea y, una vez al aire libre, me volví hacia él sonriendo con las manos en los bolsillos del pantalón, donde tenía guardadas dos monedas.
—Te explicaré las reglas del juego… —enseguida le arrojé una de las monedas para que la atrapara y continué— ¿Ves esa moneda? El juego consiste en que cada uno lanzará su moneda por turnos. Si sale cara, el jugador podrá avanzar un paso al frente, pero si sale cruz, tendrá que retroceder dos pasos. Cada quien deberá que anunciar el resultado de su lanzada en voz alta y está prohibido mirar al otro jugador, pero… por cara tiro que uno saque cara, el otro como castigo tendrá que retroceder un paso y si por suerte llegas a la entrada de la azotea, puedes marcharte con el disco.
¿Alguna duda?
Fue graciosa la expresión con la que me miró Bookman en ese instante y pude leer claramente su pensamiento; creía que yo estaba loco y tal vez en ese momento lo estaba, pero no importaba.
—Ah… antes de empezar el juego, ponte de frente o de espaldas, como más te acomode.
Bookman se puso de frente a la entrada, así que me acerqué a la puerta de la azotea dejando el disco encima de esta para que comprobara que mantendría mi palabra. Después volví con él, poniéndome (a diferencia de Bookman), de frente a la orilla del edificio para poder comenzar, de modo que ambos nos dábamos la espalda, uno al lado del otro.
—Supongo que sabes que este no es un juego cualquiera… —empecé a decir, cerrando los ojos, estando a punto de explicarle la magnitud de ese juego, pero rápidamente fui interrumpido por su impaciencia.
—No tienes que decirlo. Acabemos esto de una vez.
Dejé que él lanzara primero su moneda y pronto lo escuché anunciar triunfante su resultado por lo que di un paso hacia atrás, escuchando rápidamente su protesta, culpándome de tramposo.
—¿Pero qué dices? —pregunté inocentemente, pasando por alto el hecho de que obviamente me había visto, rompiendo las reglas.
—Diste un paso a la entrada, hiciste trampa.
Sonreí maliciosamente por su falta de atención, dedicándome a explicarle nuevamente la última indicación que le había dado, la cual precisamente él había pasado por alto.
—Te di la opción de ponerte de frente o de espaldas; debiste poner atención a las reglas desde el principio. Cara significa dar un paso hacia delante, cruz significa dar dos pasos hacia atrás, y como yo estoy de espaldas a la azotea, por cada cara que saques, yo tengo que retroceder un paso hacia la puerta, mientras que por cada vez que yo obtenga cara, tú tendrás que retroceder un paso hacia la orilla del edificio.
¿Lo entiendes o necesitas más explicaciones?
—¡No voy a seguir con esto! —le oí que decía, escuchando como daba pasos apresurados alejándose de mí y cuando abrí los ojos, lo vi tomando el disco de la puerta, bajando apresuradamente por las escaleras de aquel edificio, ignorante de que su impaciencia y sus engaños acababan de arruinarlo.
—Los seres humanos como tú son tan predecibles —murmuré siguiéndole mientras todo aquel escenario se oscurecía cada vez más. Él se detuvo casi enseguida, al darse cuenta de que aquellos peldaños no le llevaban a ninguna parte.
—¿Qué está pasando?... —dijo temeroso cuando estuve tras de él y no pude evitar soltar una carcajada al percatarme de su miedo. Me fascinaba ver a las personas en ese estado, tan indefensas y vulnerables.
—No puedes escapar... Las puertas del infierno se han abierto para ti…
Es hora de que vagues por toda la eternidad.
Lo siguiente que pasó me lo reservo para mis recuerdos más placenteros, pero de un momento a otro Lavi Bookman había abandonado en este mundo, dejando de ser un estorbo para mis intereses. El disco seguía en el piso, siendo la única cosa que él había dejado atrás, así que me agaché para tomarlo, sonriendo siniestramente en medio de tan profunda oscuridad que se disipaba poco a poco.
Lo que Bookman nunca llegó a entender, cegado por sus incontables suposiciones, era que el disco estaba en blanco.
Estando bajo las cobijas en una aparente oscuridad, recordé el fragmento del sueño que había tenido en un lapso breve de descanso, donde me hallaba a mí mismo recorriendo sin descanso el interior de una construcción de paredes blancas, con puertas que parecían no llevar a ninguna parte, en una especie de laberinto.
Traté de recordar más pero fue en vano y cuando me disponía a volver a mi descanso discontinuo, escuché sonar el teléfono de la habitación. Negado a contestar (al no ser esa mi casa), dejé que siguiera marcando hasta que se activó la contestadora. No esperaba que la persona que llamaba dejara un mensaje, sin embargo lo hizo, por lo que agudicé el oído ante mi curiosidad innata, poniendo atención a la voz.
—Hola Yuu, sólo hablé para recordarte que iré esta noche a las 8 para celebrar nuestro segundo mes. ¡Te amo!
Me levanté bruscamente al oír ese mensaje con incredulidad, como si pensara estar soñando de nuevo y tuve que ponerlo una segunda vez para comprobar que había escuchado bien; no había equivocación alguna. Mi pecho se encogió de una forma indescriptible con ese simple mensaje incriminatorio y pude darme cuenta de que mi piel se ponía helada mientras algo ardía dentro de mí corazón dolorosamente.
¿Acaso… estaba celoso?
Me levanté enseguida y vestí, no sin antes borrar el mensaje de la contestadora, sin la mínima intención de quedarme más en esa casa. Pero antes de marcharme en dirección a mi hogar, una idea pecaminosa me cruzó por la cabeza y cedí por completo a ella sin importarme ya por nada más.

Esa noche lo vi llegar a pie aproximándose desde la acera contigua poco después de las 8 de la noche, justo como había indicado horas atrás en el mensaje telefónico, vestido con un conjunto bastante curioso aunque a la vez desenfadado de chaleco negro y camisa gris junto con un sombrero de ala corta adornado por una flor que combinaba con el tono de su cabello.
Lo esperé sentado en las escaleras con la idea de topármelo de frente para efectuar mi plan, pareciendo quizás precipitado en mi arranque de celos, pero todo lo había pensado con meticulosa dedicación, cosa que me hacía sonreír por dentro mientras observaba acercarse al susodicho, Lavi Bookman, que me miraba con confusión por mi presencia.
Era obvio, tan obvio.
El chico de acercó saludando con exagerada cortesía y me pidió que le diera paso para subir las escaleras, a lo cual yo no opuse ninguna objeción, pero antes de que este se perdiera de vista, dije algo que lo detuvo en seco de la impresión.
—Felicidades por tu segundo mes con Kanda.
La expresión que entonces vi en la cara de Bookman no tuvo precio. Estaba entre la estupefacción, el miedo y la incertidumbre; no cabía en sí de que yo supiera esa información, mas en ningún momento era mi intención explicarle.
Subí las escaleras hasta alcanzarlo una vez llamada su atención, viéndolo con altivez cuando preguntó qué quería de él.
—Un juego.
—¿Un juego? No lo creo… tengo algo de prisa.
Imaginaba ya que se rehusaría, pero tenía preparado algo más para persuadirlo, así que saqué de mi bolsillo un pequeño disco, de esos que se usaban para las videocámaras digitales, y se lo mostré juguetonamente mientras sonreía.
—¿Sabes qué es esto? —ante su evidente negativa, proseguí— Imagina esta escena: Acompañado de palomitas y refresco, Allen observa en un video muchos de tus momentos especiales con Kandashi. Suena lindo, ¿no?
—¡¿Qué estás…?!
Estaba inquieto, lo que significaba que ciertamente tenía mucho que ocultar, en especial de esa persona en particular. Rápidamente guardé el disco en el bolsillo del pantalón, pero contrario a mis predicciones, el rostro de Lavi cambió de expresión, mostrando una renovada tranquilidad, entintada de burla.
—Ya entiendo: Tú debes ser ese tipo del que tanto se queja Yuu —dijo entre risas— Debes estar desesperado.
—La desesperación nada tiene que ver —respondí secamente pues había tocado en la llaga— pero tú sí me estás haciendo perder la paciencia. Si no quieres que este disco caiga en manos de Allen, sube ahora mismo a la azotea.
—Estás mintiendo; ni siquiera conoces a Allen.
—Lo conozco —dije con completa seguridad— Podría decirse que hasta somos “amigos”, así que no me costaría nada de trabajo.
Podía sentir la vibra pesada de Bookman mientras desistía, preguntándose seguramente cómo había ido a parar en una situación de chantaje, sin embargo no refutó nada más y subió las escaleras conmigo tras él hasta que llegamos a la azotea y, una vez al aire libre, me volví hacia él sonriendo con las manos en los bolsillos del pantalón, donde tenía guardadas dos monedas.
—Te explicaré las reglas del juego… —enseguida le arrojé una de las monedas para que la atrapara y continué— ¿Ves esa moneda? El juego consiste en que cada uno lanzará su moneda por turnos. Si sale cara, el jugador podrá avanzar un paso al frente, pero si sale cruz, tendrá que retroceder dos pasos. Cada quien deberá que anunciar el resultado de su lanzada en voz alta y está prohibido mirar al otro jugador, pero… por cara tiro que uno saque cara, el otro como castigo tendrá que retroceder un paso y si por suerte llegas a la entrada de la azotea, puedes marcharte con el disco.
¿Alguna duda?
Fue graciosa la expresión con la que me miró Bookman en ese instante y pude leer claramente su pensamiento; creía que yo estaba loco y tal vez en ese momento lo estaba, pero no importaba.
—Ah… antes de empezar el juego, ponte de frente o de espaldas, como más te acomode.
Bookman se puso de frente a la entrada, así que me acerqué a la puerta de la azotea dejando el disco encima de esta para que comprobara que mantendría mi palabra. Después volví con él, poniéndome (a diferencia de Bookman), de frente a la orilla del edificio para poder comenzar, de modo que ambos nos dábamos la espalda, uno al lado del otro.
—Supongo que sabes que este no es un juego cualquiera… —empecé a decir, cerrando los ojos, estando a punto de explicarle la magnitud de ese juego, pero rápidamente fui interrumpido por su impaciencia.
—No tienes que decirlo. Acabemos esto de una vez.
Dejé que él lanzara primero su moneda y pronto lo escuché anunciar triunfante su resultado por lo que di un paso hacia atrás, escuchando rápidamente su protesta, culpándome de tramposo.
—¿Pero qué dices? —pregunté inocentemente, pasando por alto el hecho de que obviamente me había visto, rompiendo las reglas.
—Diste un paso a la entrada, hiciste trampa.
Sonreí maliciosamente por su falta de atención, dedicándome a explicarle nuevamente la última indicación que le había dado, la cual precisamente él había pasado por alto.
—Te di la opción de ponerte de frente o de espaldas; debiste poner atención a las reglas desde el principio. Cara significa dar un paso hacia delante, cruz significa dar dos pasos hacia atrás, y como yo estoy de espaldas a la azotea, por cada cara que saques, yo tengo que retroceder un paso hacia la puerta, mientras que por cada vez que yo obtenga cara, tú tendrás que retroceder un paso hacia la orilla del edificio.
¿Lo entiendes o necesitas más explicaciones?
—¡No voy a seguir con esto! —le oí que decía, escuchando como daba pasos apresurados alejándose de mí y cuando abrí los ojos, lo vi tomando el disco de la puerta, bajando apresuradamente por las escaleras de aquel edificio, ignorante de que su impaciencia y sus engaños acababan de arruinarlo.
—Los seres humanos como tú son tan predecibles —murmuré siguiéndole mientras todo aquel escenario se oscurecía cada vez más. Él se detuvo casi enseguida, al darse cuenta de que aquellos peldaños no le llevaban a ninguna parte.
—¿Qué está pasando?... —dijo temeroso cuando estuve tras de él y no pude evitar soltar una carcajada al percatarme de su miedo. Me fascinaba ver a las personas en ese estado, tan indefensas y vulnerables.
—No puedes escapar... Las puertas del infierno se han abierto para ti…
Es hora de que vagues por toda la eternidad.
Lo siguiente que pasó me lo reservo para mis recuerdos más placenteros, pero de un momento a otro Lavi Bookman había abandonado en este mundo, dejando de ser un estorbo para mis intereses. El disco seguía en el piso, siendo la única cosa que él había dejado atrás, así que me agaché para tomarlo, sonriendo siniestramente en medio de tan profunda oscuridad que se disipaba poco a poco.
Lo que Bookman nunca llegó a entender, cegado por sus incontables suposiciones, era que el disco estaba en blanco.

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