Deseé tanto nunca haberte encontrado en ese puente peatonal, que sólo se me dejara morir aquella madrugada como el infeliz que era.
Tú tienes la culpa de que deseara tanto matarte con la misma arma que guardabas como un obsequio de tu padre.
Cae lentamente en un brillante tono rojizo que pareciera teñir mis ojos con el mismo color, mirando al vacío mientras trato de comprender qué sucede conmigo. Estaba llorando pero sin emitir ningún sollozo, con lágrimas corriendo descontroladas, con el sabor de la sangre entre mis dientes, reprimiendo un grito de dolor.
• • •
—¿Te dejarías de tanto misterio?, ya dimos como tres vueltas a la misma cuadra.
Cruzado de brazos le miraba con fija desconfianza pensando que sólo estaba mofándose de mí, pero él se le veía muy paciente, al menos por el momento.
—Sólo hago tiempo.
—¿Tiempo para qué?
Él sólo se sonrió dirigiendo la vista al estéreo para encenderlo, dejando que sonara una rítmica y deleitante melodía de jazz, como si buscara distraerme.
—¿Te gusta el jazz? —me preguntó viéndome de reojo, sin dejar de poner atención al camino.
—Dímelo tú —respondí con una mirada afilada— pensé que sabías todo de mí.
Me sentía algo pequeño junto a él más no por la diferencia de estaturas. Koji se veía más o menos de mi edad física, pero había algo que me hacía parecer como un niño malcriado a su lado.
—Lo sé todo —dijo con completa seguridad— pero aun así quiero más de ti.
Su mirada empezaba a incomodarme por lo invasiva que era y no podía siquiera mirarlo a la cara, eso me molestaba sobremanera siendo ridículo sentirme intimidado por un simple hombre, a pesar de que había demostrado tener extrañas habilidades sobrenaturales.
Metí la mano en el bolsillo del pantalón sintiendo el frío del arma que todavía cargaba conmigo, creyendo fácil dispararle desde la posición en la que estábamos, pero eso significaba perderme de la valiosa información que él estaba dispuesto a revelarme. Curiosamente él pareció leer mis pensamientos porque me miró un instante con unos ojos tan gélidos que me helaron la sangre.
—No te impacientes. Te dije que sólo hacía tiempo.
¿Tiempo?, ¿tiempo para qué? Por suerte esa pregunta fue duda fue rápidamente esclarecida cuando pasamos un semáforo y llegamos frente a un departamento muy cercano a un instituto.
Lo miré con la clara interrogante en mis ojos, bajando del auto al mismo tiempo que Koji, el cual mostraba una inesperada ansiedad entremezclada de emoción.
—No vayas a hacer ruido —advirtió con una sonrisa engañosa mientras subíamos por el ascensor hasta alcanzar el tercer piso, donde recorrimos un largo pasillo lleno de puertas, hasta parar en la que tenía la placa grabada con el número 404.
Vi que abría la puerta lentamente, como ante el temor de ser descubierto, lo cual me pareció extraño porque tenía las llaves del lugar. Un mal presentimiento se hizo presente, pero no impidió que entrara justo al departamento que permaneció a oscuras incluso cuando él se fue a sentar en el sillón más extenso de la sala, como perfecto dueño de la casa.
—Tu respuesta está en la puerta al fondo del pasillo —me indicó la sonrisa que ya reconocía como característica en él— Tú decides si quieres ir y abrirla o volver a tu casa. Estaré esperándote justo aquí.
Desvié la mirada hacia el pasillo indicado, como sabiendo de antemano lo que iba a encontrar; un presentimiento que fue confirmado por las voces que se oían desde el interior de la recámara.
—…Aún no empezaron… Te veo impaciente…
—¿Impaciente?... ¿por qué debería estarlo?
—Hm… No lo sé.
Miré a Koji nuevamente, sabiendo que él también estaba escuchando pero permanecía impasible, con una mirada serena sobre mí. Odié ese gesto en sus ojos y como si lo estuviera desafiando de alguna forma, me dirigí al pasillo con pasos sigilosos y me paré justo enfrente de la puerta sin atreverme a abrir todavía.
—Ni viniste a mi casa. Qué decepción…
—Dijiste que vendrías aquí… yo estaba esperándote.
Una pausa en la que me di la libertad de apoyarme contra la pared, cerrando los ojos. Todo estaba bastante claro y me dolía más de lo que podría imaginar.
No quise oír más... No, no oí más y me ensimismé retrocediendo unos pasos mientras dentro de mí comenzaba a oír una especie de susurro deleitándose con el temblor de mis extremidades.
”La persona que te juró amor eterno se regocija en brazos de otro como si fuera lo más natural del mundo. No queda nada más qué hacer. Ahí la tienes; tu respuesta es que les vueles la cabeza a ambos y todo se habrá terminado. Ya no tendrás que preocuparte nunca más”
Escuché toda esa perorata maldita, como si mi “yo” del pasado estuviera hablándome al oído, persuadiéndome con sus palabras certeras. A tientas busqué el arma en mi bolsillo dejando que mis impulsos fluyeran libremente pero cuando estuve a punto de tomar la perilla de la puerta, con la pistola lista para disparar, los brazos fuertes de Koji me jalaron lejos del pasillo tan rápidamente de vuelta al automóvil, que pareció como si nunca hubiéramos pisado el departamento.
—¡¿Qué haces?!, —le grité con los ojos casi desorbitados por la rabia— ¡déjame ir! ¡Voy a volver y a matarlos a los dos! ¡Son unos malditos! ¡Voy a matarlos, voy a matarlos!
Así repetí un par de veces más peleando por volver a tener el control de la pistola, completamente fuera de mis cabales hasta que las palabras de Koji mientras aprisionaba con fuerza contra el asiento reclinable del auto, me sacaron del frenesí.
—Mi búsqueda ha terminado.
Kurai… Te he encontrado.
Redimiré tu dolor, sanaré tus penas y te llenaré de amor.
No llores…
Yo… de verdad estaba llorando. No me había dado cuenta de eso; estaba llorando en silencio, con lágrimas corriendo descontroladas, mezclándose con la sangre que se delineaba entre mis labios por la mordida salvaje que le había dado a Koji justo en el hombro, en la apremiante necesidad de acallar mis gritos de dolor.
—No me… sueltes… —gemí implorante aferrándome a él con el terror de asfixiarme en ese tormento. Sus brazos y su piel estaban fríos pero yo sentía a Koji sumamente cálido. Ni cuando encendió el auto y empezó a conducir por la autopista me soltó de su abrazo, detalle que agradecí infinitamente aunque no le dije nada.
Quién sabe adónde tenía pensado llevarme pero yo tenía por seguro que no quería volver a la casa de Ludwig; ni siquiera a mi casa. Quería irme a ninguna parte y perderme por siempre en la “muerte reversible”, al menos hasta que las voces dejaran de sonar en mi cabeza.
Creo que terminé por quedarme dormido, porque cuando desperté nos encontrábamos muy lejos de la ciudad, con un aire oliendo a sal y un sol dando sus primeros pasos hacia el amanecer.
Voy a desplegar mis alas negras y volar
Más allá de lo que nadie pueda imaginar
La jaula ha sido abierta hoy
Fiel a lo que creo aquí voy
La travesía comienza
He renacido y con mi sonrisa esperando lo que me depare aquí voy.
0 Comentarios