Estoy en un edificio abandonado y parece haber llovido mucho porque todo está mojado; las paredes, las cosas, el suelo… el ambiente es húmedo y el edificio está en ruinas. Me encuentro de pie, caminando por todo ese lugar, recorriendo las ruinas como si me hallara perdido, pero no es eso.
No…
Escucho muchas voces a la vez, todas reprochándome los muchos crímenes que cometí en palabras como “monstruo”, “maldito“, “traidor” “¡desaparece!”, “patético”, “herramienta”. Pero de todas ellas, la que más resuena es “mentiroso”.
“¡No soy un mentiroso!”, intento gritar con todas mis fuerzas mientras me detengo, pero no puedo. De repente, me encuentro fuera de ese edificio, observando a un hombre vestido de abrigo blanco, de mucha más altura que Herzog y con rasgos finos y a la vez fuertes.
“¿Hasta cuando…?”, comienza a decir pero no alcanzo a escuchar lo último de la frase, demasiado concentrado en tratar de ver sus ojos, ocultos debajo de su cabello.
“Hasta cuando”, repito silenciosamente, y antes d que pueda alcanzar a ese hombre, veo la imagen de Herzog encima de mí, con aquel gesto lleno de ira, tomando mi cuerpo violentamente, una y otra vez.
“¡Te voy a enseñar a respetarme!”
No… esto no debería ser así. No… ya basta.
—Yami…
—¡YA!
Mi grito sobresalta a Herzog —a quien ahora llamo “cariñosamente” Lui— y así me doy cuenta de que sólo tenía una pesadilla; una tonta y cruel pesadilla.
—Yami… ¿estás llorando?
—Ah… no.
Me tenía que pasar justo esa clase de sueño; estoy aterrado, temblando… ¿por un estúpido sueño?
—Ven aquí —me dice a punto de abrazarme, pero me aparto instintivamente; el recuerdo de la pesadilla está muy fresco todavía.
—No me toques —dije desdeñosamente y esas simples palabras parecieron calarle muy dentro porque puso un semblante taciturno. Sin decir nada más que un “está bien” y se paró de la cama para ir a la ducha.
Mientras él se bañaba, aproveché el momento para vestirme y salir a la calle sin decir nada. A esas alturas ya no tenía “arresto domiciliario”, y habría sido ridículo seguir en esa situación o “pedirle permiso”. Al menos así pensaba yo.
Cuando llegué a la estación y me dispuse a esperar el tren, comencé a divagar entre ideas descabelladas y recuerdos extraviados que sólo venían a perturbar mi poca quietud.
Uno de ellos resonaba con mucha más fuerza que los otros: el miedo a la traición.
Si él me engañara, ¿Qué haría exactamente? Porque sé que en el pasado sólo me habría vengado, pagando con la misma moneda, pero ese era el yo de antes. Ya no podía hacer esas cosas porque… me había enamorado.
Recordé su imagen al estar juntos en la cama. Su pecho subía y bajaba suavemente mientras lo veo con la tenue luz de la lámpara que me niego a apagar, por un miedo irónico a la oscuridad.
Ya que subí al tren, me pregunté qué otro lo habría visto así, esa piel tan blanca, esas sutiles marcas que se esconden a los ojos de las personas formales.
Me dio rabia, celos; mis dientes se apretaban conforme el corazón me punzaba por esas alucinaciones autoinducidas. Yo nunca sabía adónde iba ni con quién estaba; sin embargo, no podía afirmar que estuviese viendo a alguien más.
Mientras veía por la ventana, más allá del vagón, recordé que una noche me confesó que antes de conocerme sufría de constantes terrores nocturnos, pero que “gracias a mí” podía dormir tranquilo por primera vez en mucho tiempo.
Eso debía significar algo, ¿no?
“No quiero que nadie te robe”
Qué raro… siento que alguien me observa. Busco con la mirada al responsable de esa sensación pero hay demasiadas personas y cuando me llega un mensaje de Ludwig al celular, lo adjudico todo a mi paranoia.
“No te vayas así, ¿dónde estás?”
Intenté contestarle pero la señal se perdió y desistí por el momento; de todas formas no importaba, estaba resentido y no iba a quitarse pronto ese sentimiento.
De todas formas… ¡no iba a importarle!
Me levanté presuroso de mi asiento casi perdiendo la parada en la estación y al salir del vagón caminé un rato hasta encontrarme frente al Instituto en el que solía dar clase. Sólo que en lugar de estar aquel edificio estaba un terreno lleno de escombros y basura.
Unas semanas atrás había visto en las noticias locales que la escuela fue víctima de un gran incendio y habían muerto algunos estudiantes al haber transcurrido todo a mitad de la mañana. Pero eso no era todo; aparentemente se tenía la creencia de que yo formaba parte de los cadáveres. Eso explicaba quizás por qué nadie había hecho el intento por buscarme cuando estaba recluido; me habían dado por muerto.
—Eso es lo que hubieras querido, ¿no Lelouch?
Tenía ese presentimiento, mi mente inmediatamente lo relacionó con todo el incidente, todo porque él no gozaba de mucha salud mental. Su relación con el profesor Hatsuharu (a quien en un tiempo consideré casi un hermano y al cual me “despaché” con el descaro de la confesión), lo había trastornado mucho, convirtiéndolo en una persona completamente diferente.
Pero aún así, ¿cómo podrían haber confundido el cuerpo de alguien más conmigo?
Empecé a sentirme inquieto, pero no precisamente por esa pregunta, sino porque de nuevo esa impresión de que alguien me observaba. Decidí no voltear esta vez haciéndome el desentendido y busqué mi celular con la intención de llamar a Ludwig y hacerle ver a cualquiera que pudiera estarme vigilando, que no estaba precisamente solo. Pero entonces descubrí que mi celular había desaparecido.
—Maldición, debí dejarlo en el tren, qué idiota…
No tenía ningún caso regresar a buscarlo pues seguramente alguien ya lo habría tomado. Como ya no tenía nada que hacer ahí preferí volver a casa para no volver a pensar en todo ese tema tan absurdo que sólo lograba contrariarme.
Suspiré.
Primero la escuela, ahora ese teléfono; era como si algo se estuviese encargando de apartarme lo más que podía de mi pasado.
Cuando por fin llegué el departamento todo estaba solo y en silencio. Ludwig aún no regresaba así que me fui directo a la habitación, prácticamente echándome sobre la cama. Una sensación de hastío y frustración se apoderaba de mí; no quería saber nada más, sólo iba a dormir y mañana pensaría que hacer con aquella pérdida, aunque no estaba en mis planes el ir a cancelar el servicio.
En eso el teléfono de la casa sonó e imaginé que era Ludwig, así que contesté.
—Yami…
—¿Eh?, ¿Lui?
—¿Quieres tu teléfono de vuelta?
—¿Cómo?...
Di un vistazo al identificador de llamadas, ese número era de mi celular.
—¿Cómo sabes mi nombre? —dije en tono a la defensiva.
—Está registrado en el teléfono.
—Cierto.
Guardé silencio un momento. La voz que me hablaba era muy suave, casi embriagante y al oírla, era como si palpara directo en mi alma.
—¿Qué pides a cambio? —pregunté a sabiendas de que naturalmente no me devolvería el teléfono sin ganar algo.
Una suave risa se escuchó y apreté más la bocina con timidez, como si me acabaran de decir alguna obscenidad.
—Nada —fue su respuesta— ven esta noche a la escuela en ruinas que visitaste esta tarde… y te lo daré.
—¿Cómo sabes eso?
La llamada terminó abruptamente. No sabía si hacer caso omiso o no a la invitación; bien podría tratarse de algún truco y sería imprudente ir a encontrarme con un desconocido a mitad de la noche. No era que tuviera miedo, no… pero con todo lo que me había llegado a pasar por esa misma imprudencia, quería tomar mis precauciones y no ser tan impulsivo.
Ruinas…
Deseando que Ludwig no regresara antes, decidí esperar a que llegara la noche para acudir a la cita.
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