Prisoner -【Delusions】

Un “juego”.

Joder, soy un desastre sin ti... Maldito bastardo, no sé qué hacer…
Simplemente moriré desde adentro y me marchitaré...

Una semana.

He estado pensando que sería mejor dormir para siempre, así tal vez podría verte al menos en mis sueños...

Dos semanas.

¿Sabes? Tengo miedo... No creo que pueda verte a los ojos. No creo que quieras verme a mí... con este ser tan mancillado, tan pútrido y tan impropio... Ni aunque lavara mi cuerpo 666 veces podría limpiarlo.

Un mes.

Me pregunto si tú me extrañarás tanto como yo te extraño a ti...

Dos meses.

Repite conmigo: "No eras tú... No eras tú... No eras tú... No eras tú..."Sé que no eras tú, pero no puedo dejar de pensar que... Maldición. Duele...

No sé realmente cuánto tiempo ha pasado pero seguramente ha sido demasiado. No acabo de comprender qué exactamente es lo que me mantiene aquí, más allá de mi necedad. ¿Qué es lo que me pasa?... ¿por qué he dejado de pelear por mi libertad?

En mi encierro casi autoimpuesto, durante esas largas horas de soledad, no dejo de pensar en todas las cosas que hice, todas las veces que engañé, mentí e ilusioné en vano. Todo eso me estaba carcomiendo por dentro y sólo buscaba la manera de distraerme de mis propios demonios, jurándome hacerle pagar a ese hombre de mirada indiferente la imperdonable ofensa que había cometido contra mí, pero aún así inmerso en el deseo de saber qué era lo que él tanto anhelaba y que nadie (ni yo) podría ofrecerle, que con cada día que pasaba me sometía aún más a su voluntad; todo porque no soportaba que alguien me dijera que era incapaz de algo.

Estaba prácticamente obsesionado y por eso, las cosas que antes me molestaban ahora me daban igual. Había perdido lo que alguna vez había sido, convirtiéndome en un ser apático, que sólo mostraba señas de humanidad en estúpidas cartas a Kanda, cartas que jamás llegarían a su destino y que sin embargo continuaba escribiendo sin falta.

La pluma en mi mano se mueve rauda contra el papel, pues no falta mucho para la hora de llegada acostumbrada de Herzog y no quiero que él vea lo que siempre hago mientras está ausente.

Seguramente destrozaría las cartas.

Quisiera estar bien cuando me veas… Quisiera estar bien pero… por más que me talle no podré limpiarme… Mi cuerpo está sucio… Por todas estas cosas que no dejo de hacer, pero no es suficiente con estos sentimientos.
Lo justo… ¿qué tal si lo justo es que pague?
De ser así…

Escucho el sonido de pasos subiendo la escalera y, obligado a dejar de escribir, mando todo debajo de la cama cual soso adolescente que esconde revistas prohibidas y me acuesto fingiendo dormir. Poco después siento una suave caricia en el cabello y sé que sin duda se trata de él, pero me extraña esa inusitada muestra de cariño así que abro los ojos para verlo mejor, sin embargo al dirigirle la mirada, mi cuerpo dio un espasmo al ver a otra persona parada frente a mí.

—¿Kanda?...

Un mal gesto, acompañado de un manotazo en la cabeza me hicieron entender que de nuevo estaba alucinando, ya que sólo se trataba de Herzog con el cabello recogido, vistiendo ropa bastante elegante.

—Ah, eres tú.
—¡Claro que soy yo!, ¿con qué plebeyo me confundiste?

No respondí. Me levanté de la cama para salir del cuarto; no se me antojaba estar en la misma habitación que él, no obstante, al cruzar el umbral de la puerta sentí un fuerte jalón por el cuello que me hizo toser fuertemente debido a lo inesperado de este.

—¿Me extrañaste? —le oí decir a Herzog con voz cantarina.

Me faltaban ánimos para cualquier cosa, mucho más para pelear, así que le respondí con una voz seca, y como no quería dejarlo complacido con mi molestia, volví a hablar, en un tono más suave.

—No.
—Llegaste más temprano que de costumbre, qué sorpresa.

Me di la vuelta mirándolo a los ojos, preguntándome qué tenían estos que me llamaban tanto la atención. Extendí los brazos como si fuera a abrazarlo y lo dejé desorientado cuando sólo alcancé su coleta para deshacerla.

—No te queda el cabello recogido.

Sonreí un poco admirando su gesto de desconcierto, pero él parecía ver más allá de mi fachada; por más esfuerzo que hacía por ocultarlo, mi estado desganado que casi rayaba en la tristeza era demasiado evidente. Herzog se notaba preocupado, aunque no decía nada al respecto y quizás para confirmar mi estado de ánimo, me mandó a traerle un café, cosa que hice cabalmente sin chistar mientras sentía sobre mí su curiosa mirada. No solía actuar tan pasivamente, menos al recibir una orden, así que probablemente por eso me siguió hasta la cocina.

—No voy a romper nada esta vez —le dije al notar semejante acoso de su parte, entregándole el café ya preparado, servido en una taza cualquiera.

—No es eso.

Me recargué de espaldas contra el fregadero viéndolo fijamente, sin saber qué pensar ya sobre él. Tenía cambios muy extraños de humor; a veces era amable conmigo y otras era sumamente despiadado. A lo mejor estaba loco o tal vez solamente se desquitaba conmigo de todo lo que le pasaba y guardaba celosamente como un secreto. Todo ese trato sin embargo, lejos de hacerme un masoquista, lo tomaba como una especie de penitencia por una vida llena de agravios contra el prójimo.

Había hecho mucha cosas malas ciertamente y hasta la fecha no me había importado, por eso
era inaceptable que el remordimiento de conciencia comenzara a afectar mi salud mental (o al menos lo poco que tenía de esta) sólo a causa del encierro, de modo que mientras más lo pensaba, más llegaba a la conclusión de que si recibía la suficiente cantidad de castigo, dejaría atrás ese patético sentimiento para volver a ser yo mismo. No obstante todavía sentía que hacía falta mucho más; era insuficiente y necesitaba humillarme más para complacer a mi karma.

—Herzog…
—Ya te he dicho que no me llames así.

Ignoré su comentario y continué hablando, viendo al piso en ademán pensativo.

—Tengo curiosidad. ¿Qué haces cuando no estás aquí?
—Cosas… asuntos importantes, ¿por qué?
—Sólo pensaba.

Alcé la cabeza viéndolo con firme determinación. Esos ojos grises adquirieron un matiz de duda; jamás había visto una expresión como esa en su mirada, y seguramente él tampoco había visto antes un gesto como el que ahora manifestaba.

—Quiero pedirte algo.

Él arqueó la ceja y sonrió sutilmente, casi con burla.

—No estás para pedir favo...
—Castígame —dije interrumpiéndolo, mas no como súplica, sino como una orden— de la forma más humillante y dolorosamente posible.

Esto lo hizo enfurecer y era justo lo que quería; hacerlo rabiar para obligarlo a descargar toda su ira conmigo, pero algo había salido mal. Pese a todos mis pronósticos, Herzog no se desquitó conmigo; sólo arrojó la taza al piso y se salió de la cocina dejándome con la palabra en la boca.

Tendría que provocarlo un poco más así que lo seguí; estaba más serio que de costumbre y al verme venir, ni siquiera me miró; parecía estar todavía meditando mi descabellada petición.

—¿Por qué quieres ser castigado?

Me quedé en silencio pensando, más bien recordando a todas las personas que había lastimado, pero no podía decirle todo eso; ni siquiera me permitía admitirlo yo mismo. Después de que un demandante llamado me sacara de mi remembranza, respondí sin querer entrar en detalles con un simple: “porque lo merezco”.

—Tienes la autoestima peor que un perro, pero si eso quieres… eso te daré.

Lo que ocurrió después prefiero no describirlo pues realmente resultó sumamente humillante. Sólo puedo decir que acabé de rodillas y después de un rato, yacía en el suelo debido a mi “incompetencia”.

Vaya… ni siquiera para castigarme bien servía.

—¡Serás estúpido! —vociferó entre la desilusión y la rabia levantándome a jalones del piso— ¿no te da pena hacer esto Yami?
¿Por qué a la gente le gusta sentirse patética?

Pese a la reciente humillación, clavé en él una mirada fría y áspera. Herzog estaba furioso, casi desesperado al no saber qué hacer conmigo.

—¡¿Qué tanto me miras?! ¡¿Qué quieres que haga o diga?! ¡Deja de comportarte como un perro!
Ya había escuchado cosas así otras veces de otras bocas, así que lo más natural sería que su pequeño discurso no me importara en lo más mínimo, sin embargo me importaba y me hizo reconsiderar mi búsqueda por la redención.

【¿Hasta cuando alguien debe ser castigado?
¿Hasta cuando alguien debe sufrir para ser perdonado?
¿No debería ser suficiente el arrepentimiento?】

Podría jurar haber oído una voz diciéndome todo eso, destilando mi estado de apatía hasta que poco a poco volví en mí, descubriendo que Herzog se encontraba abrazándome.

—No me gusta hacerte esto. No me hagas tratarte así.

De pronto, como si nunca hubiese existido, toda la humillación así como la culpa, desaparecieron… al menos por esa noche.





0 Comentarios

Follow Me On Instagram