Se siente tan cálido que creo que si abro los ojos me daré cuenta de que sólo estoy soñando. Por eso no quiero ni moverme.
Puedo percibir la respiración de alguien junto a mí; no es incómodo como esas veces en que no tengo idea de con quién pasé la noche, pero aún así no puedo evitar sentir un profundo miedo.
Mis ojos se abren por simple inercia cuando llego a sentir una gentil caricia en el cabello. Un rostro serio y a la vez con un dejo de preocupación (¿o vergüenza?) me saluda y lo veo completamente confundido.
—¿Cómo te sientes?
—Ah… bien.
Traté de levantarme pero desistí rápidamente al sentir gran escozor por casi todo el cuerpo; era por los rasguños que me había creído sólo un delirio, pero habían sido reales y estaban tratados aparentemente por este hombre que no quitaba su vista de mí.
—Te traeré un analgésico —dijo levantándose y saliendo del cuarto, lo que me dejó todavía más desconcertado. ¿Era el mismo tipo que me había hecho todas esas cosas antes?
Cuando regresó, me ofreció unas pastillas junto con un vaso con agua, los cuales rechacé tajantemente por temor a que fueran alguna especie de drogas. No me iba a dar el lujo de ser confiado con él.
—No las quiero —dije fríamente tirándole las pastillas de un manotazo y lo miré con intenso desagrado.
—¿Ah no?, pues igual te las tomas —dijo sujetándome con rudeza y metiéndome a la fuerza las pastillas para luego dar un sorbo del agua, dándomela directo de su boca.
Otra vez ese vuelco en el corazón. No tuve de otras más que tragarme las malditas pastillas, tosiendo por su brusca acción. Él se sonrió satisfecho y yo sólo pude verle con frustración y vergüenza.
—Yami, Yami… ¿por qué me miras así?
—¿Cómo me llamaste?...
—Yami. Ese es tu nombre, ¿no?
—Sí, pero…
【¿Por qué tú me llamas así?】
Sus ojos, ese semblante me confunde; no logro descifrar qué es lo que está pensando. No es igual que las otras personas con las que he tratado y mientras más me hundo en esa mirada, más me siento aprisionado por él.
—Será mejor que me vaya.
—¡Espera!, ¿adónde vas? —le dije jalándole del brazo sin poder disfrazar la angustia que me embargaba.
—Tengo cosas que hacer —respondió tajantemente— Si quieres… sigue descansando hasta que te sientas mejor. Luego puedes irte. Volveré más tarde y… —me miró dubitativo y aunque creí oírle algo, no dijo nada más, dejándome a solas en la habitación.
Me recosté nuevamente y cuando estaba más que dispuesto a descansar otro poco, oí el sonido de mi celular reclamando por una llamada, sin encontrarlo por ninguna parte. Vamos… ¡ni siquiera estaba ahí mi ropa!
—¿Dónde carajo está? —solté cuando de repente el celular dejó de sonar; alguien había contestado.
—¿Bueno?
No, Yami no puede contestar, está durmiendo ahora en MI cama.
…
Ese no es mi problema.
Escucha, no tengo tiempo para escuchar los berrinches de un mocoso, tengo cosas más importantes que hacer. Adiós.
—¡Maldito noble de mierda! —grité viéndolo en la puerta principal desde la habitación.
—¿Ahora qué pasa? —dijo en un tono de ligero fastidio.
—¿Qué demonios haces con mi celular? ¡Dámelo!
—No —respondió autoritariamente y me miró con una sonrisa suave pero descarada— te quedarás aquí. ¿Qué no te das cuenta? Ahora me perteneces. Eres mío.
Abrí los ojos de par en par sin poder reaccionar a sus palabras correctamente y le vi irse cerrando la puerta con llave. Después de algunos segundos me llevé la mano a la cabeza, mareado y angustiado por todo lo sucedido, terminando por golpear y patear todo lo que tenía enfrente.
¿Así que era una especie de prisionero? Tenía que comprobar eso así que con algo de trabajo me di vueltas por el lugar, verificando que las pocas ventanas eran amplias, no tenían barrotes y fácilmente podría escaparme por ahí, sin embargo aunque tenía la perfecta oportunidad, me dirigí a la cocina con un plan en mente.
Herzog no se iba a quedar impune por lo que me había hecho…
Las horas pasaban a cuenta gotas mientras esperaba con la diligencia de un monje a que aquel noble se apareciese por la puerta. Mi mirada fija y acechante figuraba la de una fiera esperando a su presa entre la maleza. No obstante, en lo más recóndito de este ser había una gran tristeza y anhelaba con todas mis fuerzas que Herzog no regresara jamás, temiendo lo que estaba por hacerle, por ese dolor… por esa ira.
Había llovido toda la tarde con un ritmo irregular pero especialmente poco frecuente, así que cuando él se presentó, estaba completamente empapado. Era una hermosa proyección ante mis ojos que no tuve el lujo de contemplar mucho tiempo pues enseguida fue hacia la cocina.
Adónde había ido o con quién había estado eran datos que aunque no me concernían, ansiaba saber tanto que enloquecía por mi sola imaginación. Lo miré salir de la cocina a discreción por el resquicio de la puerta entreabierta y poco a poco fue subiendo a la habitación, así que rápidamente me volví a la cama y, aunque pude fingir que dormía, no lo hice.
—Necesito darme un baño —me dijo en cuanto me vio y sacó algo de ropa del armario para bajar. Pensé que ese era un momento adecuado pero descarté la idea creyéndolo demasiado cliché. Yo no quería tomarlo como si fuera una película barata de terror, quería enfrentarlo directamente.
Me paré de la cama yendo hacia la sala y ahí en el sillón principal me senté a esperar que terminara su baño. Luego, minutos después de que salió, le brindé una sonrisa extrañamente amigable.
—¿Disfrutaste tu baño?
Él me miró extrañado por ese cambio de actitud, pero se mostró complacido.
—Sí, me hacía falta.
Enseguida se acercó sentándose a mi lado y me jaló de la cintura para tenerme más próximo a su cuerpo.
—Pero habría sido mejor si me hubieras acompañado.
—Claro… —respondí con un tono frío— ¡¿Para que me follaras otra vez?!
Todo mi dolor, toda mi frustración, mi ira, mi rencor, mi tristeza, todo lo concentré en ese simple movimiento cuando clavé el cuchillo de cocina que llevaba escondido en su cuerpo. Él estaba atónito; no podría creer mi golpe traicionero y en un intento por apartar el arma blanca de su cuerpo, cayó al piso, mas no hice nada para detener la caída.
Sangre… de repente aunque no había tanta, empecé a ver mucha sangre, perdiéndome en ese aroma intoxicante. Alcé la mirada desorientado esperando ver el gesto asustado de Herzog, pero me topé de frente con el rostro de Basara, quien me miraba con una cínica sonrisa.
No… no podía ser… No me había equivocado… ¡No me había equivocado!
—Basara… —murmuré desesperado con la voz quebrada como si le fuera a confesar algún crimen pero en lugar de eso sonreí— te lo mereces, te lo mereces, te lo mereces, ¡te lo mereces!
Me acerqué a él y me recargué en su regazo, en un gesto torcidamente edípico, acariciando gentilmente su cuerpo.
—¿Tanto me odiabas?... Pero sabes... aunque me insultaras tanto, me humillaras y dijeras que no me soportabas, me sentía bien a tu lado...
—Yo no soy esa persona.
Levanté la cabeza de esa cuna que había hecho de su cuerpo y vi nuevamente a Herzog con ese gesto adolorido y entonces me asusté, pero aunque intenté apartarme, no pude; nada me respondía. Él dio un suspiro para darse fuerzas de hablar en su estado.
—¿Tanto me parezco?...
El mismo cabello, los mismos rasgos, la misma fría mirada; eso fue lo que pensé, pero recordar todas esas cosas y a esa persona con tanta claridad me hacían sentir nauseas así que no contesté y sólo sacudí la cabeza entre mi confusión. Herzog se desconcertó, pues parecía yo un loco.
—Yo no te he hecho nada.
¿De verdad valía la pena matarlo? ¿No era demasiado fácil?
¿Y por qué se me oprimía tanto el corazón de verlo así?
Me di cuenta de que él hacía un tremendo esfuerzo por levantarse y alejarse de mí, lo que me hizo sentir una bestia y al mismo tiempo tremendamente solo, pero… era gracioso… él era afortunado; no había alcanzado a tocar sus puntos vitales y sin embargo, si no hacía algo para detener el sangrado, seguramente moriría.
—No... —dije parándome— no has hecho nada.
No hablé más y fui a traer material de curación del botiquín que sabía que él guardaba en el baño y al regresar, lo ayudé a recostarse en el sillón y comencé a tratar la herida que yo mismo le había provocado. Él, aún con su poca lucidez me exigía una explicación por lo que había hecho —más bien por mi breve instante de locura— pero yo no hallaba la forma de decirlo con claridad sin caer en frases descompuestas. Todas esas ideas se me amontonaban y acababan en una maraña de sentimientos agrios que no quería experimentar ya.
Finalmente una simple pregunta me hizo ir soltándolo todo poco a poco.
—¿Quién es al que me parezco?
—Basara... —murmuré en voz baja mientras terminaba de suturar la herida y comenzaba a vendarla, sin mirar a Herzog conforme hablaba.
—¿Algún enemigo o quizás un amante?
Abrí bastante los ojos sin poder ocultar mi reacción de desasosiego al oír la palabra “amante” y entonces él supo que había acertado con alguna de las dos palabras, pero no había intención mía de esclarecérselo.
—¿Qué le paso?, ¿te dejó al ver lo demente que estabas?
No entendía cómo en ese estado aún podía verme tan altivamente, lanzando esa clase de comentarios afilados y por el contrario, yo me sentía más frágil que nunca. Al terminar mi labor de curación, agaché la cabeza sentándome en el suelo, enfrente del sillón y me quedé así por varios minutos, sin decir nada, dándome apenas cuenta de que ya era de noche, así que prácticamente estábamos a oscuras.
—Estás dolido —le oí decir sin ninguna discreción— seguro era tu amor platónico y tuviste un retroceso conmigo, al ver mi cara, pero… tu dolor y tristeza no compensan lo que me has hecho. Te haré pagarlo de forma justa.
—¡¿Lo que yo te he hecho?! —grité sintiendo mi rabia encender una vez más y me paré, tomándolo del cuello— ¡¿Y qué hay de lo que tú me has hecho a mí?!
—Tú me provocaste.
—Yo… —apreté los dientes intentando con todas mis fuerzas no perderme de la realidad al ver esos ojos y lo solté, pero ya estaba demasiado ido, casi no razonaba y por consiguiente, sus palabras impasibles surtían tal efecto en mí que me había vuelto sumamente manipulable.
—Ya no quiero nada —soltó como sintiendo lástima y repulsión por mi comportamiento— solo quería que me pagaras, pero esa cara me dice que no puedes. No me sirves —declaró escuetamente— seguirás debiéndome hasta el día en que te mueras; guárdalo en tu absurda consciencia.
Me volteé dándole la espalda; no quería verlo más, pero no podía evitar seguir escuchándolo. No entendía por qué le hacía tanto caso a este sujeto. Su manera de descolocarme me confundía y me enfurecía al mismo tiempo llenándome de indignación. Mientras más callaba yo, más hablaba él, pero me tenía prácticamente paralizado.
—Sólo deberías olvidar a ese sujeto. Si nunca te hizo caso o se murió o lo que sea, deberías de superarlo.
Yami…
—¡No me llames así! Tú… ser que has nacido y crecido con sentimientos blancos y negros.
—Sentimientos... —murmuró con su voz suave, que casi parecía acariciar cada sílaba— los sentimientos vuelven a la gente débil.
—Lo sé, pero…
Aunque lo intentara, no había forma de poder debatir, menos con un argumento que ya había oído tantas veces de muchas personas y que me cansaba de escuchar al punto la monotonía.
—¿Sabes… sabes por qué no te maté? —pregunté con un tono de ira contenida, apretando los puños sin dejar de darle la espalda, con una torcida sonrisa adornando mi rostro— No te maté, porque eres un juguete interesante.
—Juguete… —dijo él a su vez con incredulidad— no me mataste ¡porque me parezco a tu queridito Basara de mierda!
No pude aguantarlo más y fui directo a la habitación para poder estar a solas, no obstante mientras subía las escaleras, alcancé a escucharlo murmurar algo que me heló la sangre y me hizo comprender que ya no había marcha atrás. Yo me había quedado encerrado, no sólo físicamente sino mentalmente, dentro de su jaula, sin posibilidad de escape.
“Bien... juguemos mutuamente a ver quién es el juguete de quién.”
0 Comentarios