Prowler - 【Delusions】

Por todo el departamento sonaba el Adagio en G menor mientras yo me encontraba en mi habitación, sentado en la cama sin mucho que hacer más que revisar algunos exámenes de la escuela. Estaba hasta el tope de esa música clásica pero intentaba por todos los medios ignorarla para concentrarme en lo que hacía, tratando de no hundirme en aquel sopor que la misma me inducía.

—¡Carajo! ¡¿puedes apagar esa jodida música?! —grité a mi compañero de departamento, mas este hizo caso omiso de mi educada petición, por lo cual decidí tomar todos los papeles que había estado revisando, metiéndolos en un maletín, y salí intempestivamente del departamento sin decir una palabra, entrando en la primera cafetería con la que me fui a topar.

El lugar (para mi buena suerte) no estaba muy lleno, pero tampoco demasiado vacío y ese era un punto medio bastante adecuado a mi perspectiva. Fui a sentarme a una de las mesas junto a la ventana tras pedir un capuccino en la caja, y me puse enseguida a sacar los exámenes pendientes del maletín, prosiguiendo así la revisión con exagerado escrutinio.

Era agradable para mí esa calma, pero de alguna forma tampoco lograba concentrarme. Las cosas sucedidas en estos últimos días me afectaban todavía y no podía ya pensar bien; los hechos se repetían en mi cabeza sin parar y las palabras resonaban como molestos zumbidos de una mosca. Ni siquiera pude disfrutar bien el café que me acababan de traer, no precisamente por aquellos pensamientos, sino por una discusión que se llevaba a cabo justo enfrente de mi mesa. No entendía muy bien de qué se trataba, pero la voz del chico llamaba mi atención sobremanera. Fijé la vista en su acompañante de largos cabellos oscuros que me daba la espalda y de improviso el chico se levanto abofeteando a la mujer, lo que me dejó desconcertado ante la inusual escena, pero no pude contenerme de hacer algún comentario al respecto.

—¿Vas a dejar que te trate así mujer?

Aquello no lo decía precisamente por ser despectivo, pero me enfadaba ver a otros dejarse maltratar sin hacer nada al respecto y no atinaba a modular en tono de mi voz. Esa persona no lo tomó muy bien y se levantó de la mesa dirigiéndose a la mía. Yo seguí bebiendo mi café con toda tranquilidad.

—Pero si eres masoquista, ¿qué más da?

Me reí sínicamente esperando recibir algún insulto pero sólo tuve respuesta que me hizo alzar la mirada incrédulo.

—No deberías meterte en los asuntos que no te conciernen.

No era posible. Solté mi bebida de la impresión derramándola sobre los zapatos de esa persona, pero no pude decir nada. Mi cuerpo reaccionó por sí solo y me abalancé contra esta con ira, provocando la mirada atemorizada de los otros clientes.

—¡¿Qué carajo haces aquí Basara?!

Él hizo una mueca, era natural; lo había confundido, peor aún con una mujer momentos antes. La ilusión de mis recuerdos pronto se perdió y pude darme cuenta de que la persona frente a mí no era Basara, sin embargo…

—Vaya… eres ese suicida.
—¡Cállate! —grité enfureciendo aún más. No podía entender por qué de entre todas las personas de esa ciudad, iba justo a toparme con la que había frustrado mi suicidio. Le solté un golpe que a mi parecer era bien merecido, pero él apenas se inmutó, limpiándose la boca con toda la elegancia de un aristócrata. Porque esa fue la primera impresión que tuve de él cuando lo vi bien.

—Qué persona tan agresiva. Si crees que voy a responderte del mismo modo estás muy equivocado.

Hice un chasquido por su comentario, pero antes de que pudiera hacer más, se acercó a nosotros un empleado de la cafetería y nos pidió que nos marcháramos por el alboroto que estábamos armando. No tuvimos otra opción pues amenazó con llamar a la policía y obedecimos sin chistar, encontrándonos pronto caminando por la calle como si nada hubiera pasado. Incluso me puse a parlotear, como si esa persona y yo nos conociéramos de toda la vida.

—No hablas mucho —dije cortando mi charla— ¿o es qué te comió la lengua el gato?

No respondió e ignoró mi pregunta insistiendo en si tenía cómo compensarlo por el infortunio de la cafetería y por haber ensuciado sus zapatos. No sabía que tenía esta persona pero me irritaba en demasía, sobretodo esa altanería que tenía al hablar.

—¿Yo por qué tengo que compensarte por eso?
—Tienes razón —agregó para mi sorpresa— Alguien como tú no tiene nada que ofrecerme como indemnización. Ni siquiera una disculpa de tu parte merece la pena.

Me detuve frente a él y lo encaré furioso conteniéndome de no pelearme ahí mismo a golpes.

—¡¿Quién demonios te crees para decir eso?! Si lo que quieres es dinero, ¡dime cuánto! Yo te lo puedo dar sin ningún problema.

En mi semblante se notaba que no mentía en ello, aunque estaba seguro de que él podía adivinar a simple vista lo que escondía esta frase acerca de mis negocios ilícitos, pero poco me importaba; este tipo me estaba colmando la paciencia al menospreciarme de esa manera, al no tomar ninguna valía de mi palabra.

—No necesito tu dinero —dijo mirándome a los ojos, prácticamente de pobre diablo no me bajaba— No hay nada que necesite, lo tengo todo. El conocerte sólo se ha vuelto una molestia insignificante en mi camino y lo único que me ocasionaste fue la pequeña incomodidad de no poder visitar mi cafetería favorita por un tiempo, pero hay más y mucho mejores que esa.

—No digas estupideces —le solté con impaciencia— Seguramente hay algo que quieras, nadie lo tiene todo.

Él se sonrió ante mi enojo. Era tan obvio que estaba logrando su cometido provocándome al jugar con mi lógica, pero en ese momento no lo vi, sólo podía pensar en cómo este tipo, prácticamente salido de la nada hacía una afrenta directa contra mi orgullo y eso no se lo permitía a nadie.

—Lo que yo deseo… tú no puedes dármelo, así que vete olvidando de eso.
—¡Lo sabía! —exclamé ante su confesión— ¿Qué es? ¡Dímelo y te lo daré!
—No lo haré.

No volvió a pronunciar palabra mientras se fue alejando de mí con la intención de terminar lo que en su haber era una conversación completamente absurda.

Alguna vez había oído que existen momentos de la vida en los que uno decide izquierda o derecha, avanzar o retroceder, aceptar o declinar… esos en los que tu decisión cambia completamente la realidad en la que has estado viviendo hasta ahora, pero debí haber anticipado que este era uno de esos momentos porque, de haberlo sabido, no habría hecho algo tan irreflexivo, al menos no de esa manera.

Muy por encima de mi sentido común y sin que él se opusiera a ello, decidí seguirlo.





0 Comentarios

Follow Me On Instagram